La tentación engañosa

Santiago C., de 56 años, lo piensa dos veces después de lanzar la frase: "Como el Ayuntamiento nos estrecha tanto la cintura, nos obliga a engañar a la gente". Sus compañeros le miran molestos y casi de inmediato le piden que rectifique su aseveración. "¿Cómo se te ocurre decir eso?", pregunta, indignado, un colega que, como él, espera clientes en una de las salidas de la estación de Atocha. "Bueno, no somos todos, eso está claro. Pero yo si sé de alguna persona que se ha visto obligada a engañar a un pasajero porque tiene que llevar el jornal a casa", dice. Y enseguida aclara: "Yo nunca lo he...

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Santiago C., de 56 años, lo piensa dos veces después de lanzar la frase: "Como el Ayuntamiento nos estrecha tanto la cintura, nos obliga a engañar a la gente". Sus compañeros le miran molestos y casi de inmediato le piden que rectifique su aseveración. "¿Cómo se te ocurre decir eso?", pregunta, indignado, un colega que, como él, espera clientes en una de las salidas de la estación de Atocha. "Bueno, no somos todos, eso está claro. Pero yo si sé de alguna persona que se ha visto obligada a engañar a un pasajero porque tiene que llevar el jornal a casa", dice. Y enseguida aclara: "Yo nunca lo he hecho. Pero una persona que trabaja hasta catorce horas diarias y apenas si recoge 10.000 pelas, a veces tiene que buscar la manera de conseguir el dinero". Cuando se pregunta a Santiago por los métodos que, según él, utilizan algunos taxistas para engañar a los clientes prefiere no dar detalles. "A veces no se le perdona ni una sola peseta al usuario", se limita a decir. No cita uno denunciado en ocasiones: el trucaje del taxímetro.

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"No justifico esas cosas, pero sé que se han hecho alguna vez", concluye. "No le crea", tercia otro taxista.

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