Reportaje:EXCURSIONES : DEHESA DE SOMOSIERRA

La bonita del norte

Los hábitos del turismo no son nada fiables, entre otras cosas, porque los turistas visitan a manadas aquello que se encarece en las guías para turistas, las cuales suelen ser reimpresiones morosas de guías cuyos autores copiaron, a su vez, de otras guías y, así, tirando de papel de calco, hasta llegar a las Relaciones de Felipe II. Nada debe extrañarnos, pues, que en las docenas de volúmenes que sobre el paisaje y el paisanaje madrileños se han escrito durante la última década, no se diga ni mu de la dehesa de Somosierra, y que en cambio haya lista de espera para visitar, allí al lado, el tan...

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Los hábitos del turismo no son nada fiables, entre otras cosas, porque los turistas visitan a manadas aquello que se encarece en las guías para turistas, las cuales suelen ser reimpresiones morosas de guías cuyos autores copiaron, a su vez, de otras guías y, así, tirando de papel de calco, hasta llegar a las Relaciones de Felipe II. Nada debe extrañarnos, pues, que en las docenas de volúmenes que sobre el paisaje y el paisanaje madrileños se han escrito durante la última década, no se diga ni mu de la dehesa de Somosierra, y que en cambio haya lista de espera para visitar, allí al lado, el tan cacareado, pero no más bello, hayedo de Montejo. Como dijo Borges: "El consenso no significa nada, puede ser el consenso del error". Un kilómetro al sur del pueblo de Somosierra, en la umbría del cerro de la Cebollera Nueva, al húmedo arrimo del arroyo de la Dehesa crecen más robles albares, abedules, mostajos, acebos y avellanos de los que pueden verse juntos en ningún otro paraje de la sierra. La dehesa Bonita la llaman los cuatro gatos que la conocen, esto es: los ciento y pico lugareños más un puñado de ingenieros y guardas forestales. Paseando por esta magnífica floresta -que por momentos recuerda las sobrecogedoras masas nemorales de la cordillera Cantábrica-, en una soledad perfecta, hemos visto yeguas blancas sesteando en el corazón de un rodal de acebos, frío y oscuro como una cripta; hemos deambulado bajo las bóvedas de crucería que fingen las ramas entrelazadas de miles de avellanos, y hemos admirado los troncos plateados de los abedules deslizándose hacia el sol por entre los brazos hercúleos de los robles, cual espadas refulgentes e inasibles de alguna leyenda artúrica.

Para conocer esta selva secreta, mediante un itinerario circular de poco más de una hora, nos dirigiremos hacia Somosierra por la autovía del Norte y, desviándonos en la salida 91, continuaremos casi un kilómetro por la vieja N-I para dejar el coche en un apartadero que cae a mano izquierda, a la vista ya del pueblo; ahora a pie, volveremos por la carretera hasta la misma salida de la autovía, donde abandonaremos el asfalto por una portilla habilitada en la alambrada del arcén, siguiendo a continuación las rodadas que suben por la máxima pendiente hasta la cancela que da acceso a la dehesa.

Quizá sea éste el momento de recordar que estamos a punto de ingresar en una dehesa boyal; es decir, en una finca acotada -de ahí le viene el nombre, del latín tardío defensa-, destinada durante siglos y hasta hace no mucho al pasto de los ganados vacunos de tiro o de labranza, fundamentalmente bueyes -de ahí nace el adjetivo-; una propiedad del común, inalienable e inembargable, que por eso mismo se ha mantenido intacta, conservándose en su interior una variadísima silva que poco tiene que ver con los monótonos pinares de repoblación que tapizan las laderas altas de la Somosierra.

Una vez rebasada la cancela, que cerraremos a nuestro paso para evitar fugas de reses, el camino zigzaguea entre árboles monumentales -hay catalogado un acebo, por ejemplo, de más de cinco metros de perímetro en la base del tronco- hasta llegar a la Fuentefría. Esta fontana vierte su gélida linfa a un doble abrevadero, que a su vez desagua en el arroyo de la Dehesa, en medio de un ameno verdinal, alrededor del cual se congregan abedules de lo más lozano.

El regreso lo efectuaremos siguiendo este arroyo aguas abajo, cuidando de no embarrancarnos y buscando para ello en lo posible las sendas de vacas que se adivinan en la margen derecha, hasta que nos topemos con un camino carretero que va a salir de nuevo a la vieja carretera nacional, justo frente al apartadero donde dejamos el vehículo. ¿Nos creerá el lector si le decimos que este último trecho, entre densos avellanares y robles wagnerianos, es el más bonito que hemos recorrido nunca en nuestros años de andanzas por la sierra? Dehesa Bonita la llaman, y no es vana lisonja.

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