Tribuna:

"La Fiera Literaria"

DÍAS EXTRAÑOSYa no tengo excusa para no cambiar de ordenador. Las broncas que he ido recibiendo durante los últimos años de amigos, editores y toda persona sometida al cutrerío de mi software jurásico no habían conseguido, hasta el momento, hacer mella en mi actitud de resistencia a lo nuevo, menos basada en la tacañería que en el terror a una nueva máquina que se aproveche de mi torpeza para perderme las cosas y obligarme, como ya le ha sucedido a gente que conozco, a convertir al técnico informático en un miembro más de la familia. Pero claro, ahora me entero de que mi revista favorita entra...

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DÍAS EXTRAÑOSYa no tengo excusa para no cambiar de ordenador. Las broncas que he ido recibiendo durante los últimos años de amigos, editores y toda persona sometida al cutrerío de mi software jurásico no habían conseguido, hasta el momento, hacer mella en mi actitud de resistencia a lo nuevo, menos basada en la tacañería que en el terror a una nueva máquina que se aproveche de mi torpeza para perderme las cosas y obligarme, como ya le ha sucedido a gente que conozco, a convertir al técnico informático en un miembro más de la familia. Pero claro, ahora me entero de que mi revista favorita entrará en Internet a partir del próximo otoño y, claro, me quedo sin excusa para entrar como Dios manda en el siglo XXI. Mi revista favorita no puede encontrarse en los quioscos. Se llama La Fiera Literaria y aparece puntual y gratuitamente en mi buzón por cortesía de sus responsables, unos simpáticos orates de Madrid que dedican lo mejor de su tiempo a meterse con los escritores y los críticos que les repugnan. Como W. C. Fields cuando decía que no tenía prejuicios, que él odiaba a todo el mundo por igual, los Torquemadas de La Fiera Literaria no sienten el menor aprecio por ningún escritor español mínimamente conocido. A todos los encuentran lamentables, y en su castellano decimonónico, cargado de comentarios teñidos de un seudohumorismo de lo más rancio, cargan contra ellos con una mala uva digna de mejor causa. La Fiera Literaria se considera a sí misma la única representante de la auténtica literatura española (a veces dan nombres de autores, sin duda imprescindibles, de los que nadie ha oído hablar) y considera que aquí sólo triunfan los mediocres y los lamebotas, convenientemente aupados por un conglomerado de editores peseteros y críticos corruptos a los que, deduzco, convendría ejecutar. El cerebro (por llamarle de alguna manera) de la organización es un tal Isidoro Merino, personaje del que nadie ha sabido darme razón. Y es una lástima, pues sus pullas, que al principio tomaba por el desahogo de un escritor fracasado y resentido, han acabado por parecerme una muestra insuperable de literatura paranoica. Y el hecho de que alguien dedique todo su tiempo libre a insultar a los narradores que no le gustan (¡con lo fácil que es pasar de ellos!) cada día me parece más un ejercicio de locura doméstica totalmente inofensiva que ahorra a la sociedad males mayores: estoy convencido de que si no se aliviara en su grotesco boletín, Isidoro Merino acabaría entrando en una hamburguesería disparando contra todo lo que se moviera. Aunque en La Fiera Literaria hay palos para todo el mundo, la víctima favorita del señor Merino y su cuadrilla es Javier Marías. A él se dedican larguísimos textos en los que se pone de manifiesto su (supuesta) ineptitud, convirtiéndole en la estrella invitada permanente de la publicación. Los que no hemos podido atravesar ninguna novela de Marías no podemos por menos de admirar al señor Merino, que se las traga enteras para crisparse, primero, y desmenuzarlas frase a frase, después, con vistas a desenmascarar a ese autor que, como todos sabemos, antaño fue mortal y ahora está internado en la dimensión desconocida de Rod Serling, de donde sólo sale para compararse con las víctimas de ETA, para lamentar la profunda idiotez de todos los que le rodean y para ciscarse en la familia Querejeta. Aunque es probable que Isidoro Merino exista realmente, no me extrañaría hallarme ante un seudónimo de Javier Marías. Más que nada porque sólo Javier Marías puede estar tan obsesionado por Javier Marías (estoy seguro de que si algún científico es capaz de crear una erección a la inversa que permita la autosodomización, nuestro shakespeariano amigo será el primero en apuntarse). A los demás, a lo sumo, nos preocupa un poco su salud mental, pero basar nuestra vida en odiarle nos parece una pérdida de tiempo. Dentro de poco Isidoro Merino podrá insultar a Javier Marías en Internet y sumarse así a la corte de chiflados que navegan por el ciberespacio. ¡Viva la modernidad!

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