Tribuna:

Los federales

MIGUEL ÁNGEL VILLENA "Que vienen los federales" es una frase habitual de las películas de Hollywood, ya sean filmes del Oeste o crónicas policíacas. Con una mezcla de admiración, miedo y respeto suelen recitar los actores esa advertencia que suena al imperio de la ley, a la autoridad máxima. Acostumbrados al cine estadounidense y resignados a conocer mejor las calles de San Francisco o de Nueva York que las suyas propias, los espectadores han aprendido más sobre federalismo en las pantallas que en los libros o en los periódicos. Así las cosas, todos sabemos que los Estados de la Unión tienen ...

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA "Que vienen los federales" es una frase habitual de las películas de Hollywood, ya sean filmes del Oeste o crónicas policíacas. Con una mezcla de admiración, miedo y respeto suelen recitar los actores esa advertencia que suena al imperio de la ley, a la autoridad máxima. Acostumbrados al cine estadounidense y resignados a conocer mejor las calles de San Francisco o de Nueva York que las suyas propias, los espectadores han aprendido más sobre federalismo en las pantallas que en los libros o en los periódicos. Así las cosas, todos sabemos que los Estados de la Unión tienen distintas leyes, sistemas educativos o sanitarios diferentes e incluso mil y una posibilidades para divorciarse. Pero esta cultura cinematográfica no ha derivado, desde luego, en una conciencia federalista en un país de países como España con una Constitución que se asemeja mucho más a la de Estados Unidos o a la alemana que a otros regímenes. De este modo, en la España profunda la gente suele despotricar sobre los cambios de vacaciones escolares en las distintas autonomías, sobre los doblajes de películas al catalán, sobre los traslados de funcionarios de una región a otra...Todo aquello que suene a diversidad suele ser contemplado como un incordio, como una molestia, cuando no como una amenaza. Por poner sólo un ejemplo, hasta los tipos más ilustrados suelen convivir mal con el hecho de que en España se hablen cuatro idiomas distintos. Como en Suiza. La palabra mágica que utilizamos los periféricos bilingües para conjurar las provocaciones o para animar una discusión se llama Suiza. Ya sé que los suizos no disfrutan de buena prensa entre nosotros con esa imagen a mitad de camino entre ruines banqueros y aburridos constructores de relojes. Tampoco gozan de especial predicamento entre nosotros los norteamericanos o los alemanes. Sin embargo, para aquellos que nos sentimos federales, los modelos de estos países dan continuas lecciones de tolerancia, de respeto y de espíritu democrático. Lo que no es poco para los tiempos que corren.

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