Editorial:

El caos permanente

EL AEROPUERTO madrileño de Barajas es, un día sí y otro también, la mejor demostración inatacable de que existe el caos permanente. Instalados en la desidia cotidiana, las autoridades de Aeropuertos Nacionales y Navegación Aérea (AENA), con la colaboración frecuente de la compañía de bandera Iberia, han convertido los vuelos aéreos en una refinada tortura, y el recinto del aeropuerto, en un cepo sin salida para el viajero, que nunca sabe qué suerte o desdicha le deparará el azar. A veces, una huelga de controladores retiene en Barajas a miles de pasajeros que preguntan inútilmente por su situa...

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EL AEROPUERTO madrileño de Barajas es, un día sí y otro también, la mejor demostración inatacable de que existe el caos permanente. Instalados en la desidia cotidiana, las autoridades de Aeropuertos Nacionales y Navegación Aérea (AENA), con la colaboración frecuente de la compañía de bandera Iberia, han convertido los vuelos aéreos en una refinada tortura, y el recinto del aeropuerto, en un cepo sin salida para el viajero, que nunca sabe qué suerte o desdicha le deparará el azar. A veces, una huelga de controladores retiene en Barajas a miles de pasajeros que preguntan inútilmente por su situación a empleados en ocasiones indiferentes, aburridos o simplemente desbordados; en otros momentos es el personal de servicio el que está en huelga de celo o los pilotos deciden presionar para aumentar sus sueldos; incluso puede suceder que una excavadora cercene el fluido eléctrico del aeropuerto. Tomar hoy el avión en Barajas es una aventura digna de Julio Verne, aunque mucho más frustrante.La semana pasada, los viajeros se enfrentaron a una nueva situación caótica, provocada en esta ocasión por el cambio en el sistema de control electrónico de vuelo que utilizan los controladores. Un motivo tan previsible y rutinario, que todas las empresas suelen resolver aplicando el sentido común, originó la suspensión de 135 vuelos y retrasos en más de la mitad de las operaciones durante la última semana. La puntualidad de los vuelos de Iberia, que había superado el 90% con administraciones anteriores, apenas alcanzó el 10% durante la semana anterior. Todo ello adornado con el mejor estilo de algunos funcionarios del aeropuerto, que consiste en hurtar toda información a los viajeros angustiados. El desbarajuste en el aeropuerto fue de tal envergadura que el presidente de Iberia, Xabier de Irala, protestó por la falta de previsión de AENA, que no había informado a la compañía de la eventualidad de que hubiera que suspender vuelos.

Pero todas las situaciones caóticas en Barajas son susceptibles de empeoramiento. Después de los retrasos, anulaciones y horas interminables perdidas a cuenta del cambio en el sistema de control aéreo, los viajeros se enfrentaron a una nueva pesadilla: la pérdida masiva de equipajes. El pasado fin de semana, más de 15.000 maletas se quedaron en tierra mientras sus dueños intentaban recuperarlas en sus ciudades de destino. Un desorden tan profundo, motivo suficiente para que los gestores del aeropuerto y de Iberia diesen cumplidas excusas a la opinión pública en general y a los afectados en particular, ha suscitado, en cambio, un intercambio de acusaciones, propio de vecindonas arrabaleras, entre AENA e Iberia, mientras miles de viajeros buscaban todavía el lunes sus pertenencias. Mientras Iberia responsabilizaba a Aeropuertos Nacionales de haber propiciado, gracias a su descoordinado cambio informático, la retención de las maletas, AENA recordaba que es la compañía aérea la responsable del handling o gestión del equipaje. Como ya es habitual, nadie se ha hecho responsable de los perjuicios causados a los viajeros.

La desastrosa organización de Barajas, de la que es responsable en primera instancia AENA, está agotando muchas paciencias. El Ministerio de Transportes debería haberse preguntado ya si es posible mantener una gestión tan incapaz y agresiva para con los usuarios de las líneas aéreas como la que exhibe este organismo, y si puede mantenerse el lujo de gestionar un aeropuerto por el que pasan 24 millones de pasajeros al año como si se tratase de una taberna familiar. La oposición ha pedido, una vez más, la comparecencia de Arias Salgado en el Congreso; sería deseable que acudiese, explicara por qué se atropella sistemáticamente a los pasajeros y, lo que es más importante, anunciara qué medidas va a tomar para evitar que tales desmanes vuelvan a cometerse. Primero, en Barajas, pero después en el resto de aeropuertos, sufridores también de la misma incuria.

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