Tribuna

Unos cuantos

Enfocaron al Rey cuando las noticias eran buenas; es natural, él no tenía la culpa. Con el rabillo del ojo mirábamos las imágenes del otro partido, donde unos cuantos paraguayos, que deben ganar juntos lo que gana el seleccionador español, y unos cuantos nigerianos, cuyo presupuesto total puede coincidir con el del fichaje de alguna estrella española, se disponían a hacer imposible el sueño fruncido de Clemente. Con un desdén que sólo es consecuencia de su falta de tacto, el presidente del Gobierno definió el contenido de la decepción: no sólo se estaba poniendo en duda la...

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Enfocaron al Rey cuando las noticias eran buenas; es natural, él no tenía la culpa. Con el rabillo del ojo mirábamos las imágenes del otro partido, donde unos cuantos paraguayos, que deben ganar juntos lo que gana el seleccionador español, y unos cuantos nigerianos, cuyo presupuesto total puede coincidir con el del fichaje de alguna estrella española, se disponían a hacer imposible el sueño fruncido de Clemente. Con un desdén que sólo es consecuencia de su falta de tacto, el presidente del Gobierno definió el contenido de la decepción: no sólo se estaba poniendo en duda la continuidad de España en el Mundial , sino que eso había sido causado por unos cuantos nigerianos y unos cuantos paraguayos. Imbuido de la antigua idea de la superioridad de Europa, Aznar sabe muy bien hasta qué punto puede arriesgar sonrisas despectivas si se refiriera a los italianos o a los alemanes con esa expresión que parece cuantificar sólo lo verdaderamente desdeñable. Podíamos haber caído con otra honra ante rivales de peso similar, ¡pero ante los del peso inferior!A lo mejor España se equivocó de dimensión. Comenzó diciendo que era grande, y el tamaño de su arrogancia se unió a la falta de sentido del humor que lanza como una sombra el ceño de su preparador. Clemente ha contaminado de manera espectacular un juego deportivo de los modos que tienen otras manifestaciones en el que el azar se calcula como un riesgo. Calcular el azar es una operación delicada, y España incurrió con su fútbol en una aspiración que se parece a los prodigios del trapecio; imaginar que unos cuantos paraguayos y unos cuantos nigerianos nos iban a hacer el favor de permitirnos la recuperación de la autoestima era un delirio propio de los que ven elefantes en los agujeros de las agujas.

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Cuando dejaron de enfocar al Rey en el partido principal -el que parecía el partido principal- la gente se dio cuenta de que había que irse hacia el partido decisivo. El esfuerzo inútil conduce a la melancolía y lleva al silencio; lo que pasa al fútbol es que se ha llenado de palabras. En la desolación de la victoria ninguna cámara nos llevó hacia qué zona del desierto miraba el Rey, mientras en otro lado del universo catódico se abrazaban unos cuantos paraguayos y otros cuantos nigerianos.

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