Tribuna:DE PASADA

Concierto

En el concierto inaugural del festival de Granada sobró la música. En realidad, en casi todas las concentraciones sociales que preceden a una exhibición artística lo esencial -la pintura, la fotografía, la música- sobra. Los propios invitados, mientras conversan y agotan las bebidas, suelen explicar que volverán en otro momento para apreciar las obras. "Hay tanta gente", dicen a modo de disculpa. Quienes se aburrieron el viernes con la estremecedora sinfonía decimocuarta de Shostakovich -entre ellas la ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre- les asiste toda la razón: ¿quién tiene g...

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En el concierto inaugural del festival de Granada sobró la música. En realidad, en casi todas las concentraciones sociales que preceden a una exhibición artística lo esencial -la pintura, la fotografía, la música- sobra. Los propios invitados, mientras conversan y agotan las bebidas, suelen explicar que volverán en otro momento para apreciar las obras. "Hay tanta gente", dicen a modo de disculpa. Quienes se aburrieron el viernes con la estremecedora sinfonía decimocuarta de Shostakovich -entre ellas la ministra de Educación y Cultura, Esperanza Aguirre- les asiste toda la razón: ¿quién tiene ganas de oír una pieza que reflexiona sobre la muerte en mitad de una reunión social? A los ministros, sus alzacolas y a quienes acudieron para intervenir como comparsas en la efímera fiesta de la vanidad Shostakovich les supo a bostezo. Si el director del certamen, Alfredo Aracil, concibió el programa como una venganza lírica acertó de lleno. Sin embargo, este tipo de astucias no son recomendables si se aspira a mantener las buenas relaciones. Lo mejor sería suprimir los conciertos inaugurales, prohibir drásticamente cualquier inauguración y empezar el festival de Granada, por ejemplo, por el segundo o el tercer recital. Otra posibilidad es desterrar la música en los conciertos inaugurales, no la orquesta ni el director, que cumplen una función estética parecida a la de los ujieres y los candelabros, pero sí esas sinfonías que perturban las relaciones amistosas, los saludos y las exhibiciones del vestuario. Osmo Vänskä, el director de la Sinfónica de Lahti, ideó una discreta pero eficaz trampa para demostrar que los oyentes de los conciertos inaugurales escuchan de otro modo y tienen otros intereses que el público de los recitales posteriores. En la segunda actuación se despidió con la misma pieza con que abrió el concierto inaugural y los aplausos convencionales del día anterior se convirtieron en gritos de entusiasmo. No le den más vueltas: así es la vida. La propia Esperanza Aguirre, víctima del tedio inaugural, acudió al día siguiente al concierto de The Sixteen y aplaudió como una turista en una novillada. Aplaudía incluso antes de que se extinguiera la reberberación de las voces y de que el director diera por concluida la interpretación.

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