Toda la atención en el juicio

A la vez que se conocía la noticia del cierre de dos periódicos moderados, la sala del tribunal en el que se juzga por corrupción al alcalde de Teherán se llenó ayer de público y de medios de comunicación. La aparente contradicción entre censura y transparencia adquiere lógica desde el prisma de sus beneficiarios, los conservadores derrotados por Mohamed Jatamí en las elecciones presidenciales de 1997.

En tanto que con el cierre de Yaméa y Guzaresh e Ruz se acallan dos voces moderadas que claramente habían tomado partido por el limitado aperturismo de Jatamí, abriendo las pue...

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A la vez que se conocía la noticia del cierre de dos periódicos moderados, la sala del tribunal en el que se juzga por corrupción al alcalde de Teherán se llenó ayer de público y de medios de comunicación. La aparente contradicción entre censura y transparencia adquiere lógica desde el prisma de sus beneficiarios, los conservadores derrotados por Mohamed Jatamí en las elecciones presidenciales de 1997.

En tanto que con el cierre de Yaméa y Guzaresh e Ruz se acallan dos voces moderadas que claramente habían tomado partido por el limitado aperturismo de Jatamí, abriendo las puertas del complejo judicial Imam Jomeini al público y a la prensa, los conservadores -que dominan el Poder Judicial- esperan dañar la imagen del principal artífice del triunfo de su rival.

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De momento, la transmisión -en diferido- por la radio y la televisión iraníes de la primera sesión del juicio, el pasado domingo, hizo mella en una clase media empobrecida por la inflación. «En ocho años que llevo trabajando no he ganado yo una décima parte de ese dinero», se quejaba un teheraní tras ver al alcalde reconocer sin ningún pudor que había utilizado dinero municipal para prestárselo a sus asociados políticos. Karbachí aseguró que todos los «préstamos» habían sido devueltos, pero reconoció no tener pruebas de ello.

Alertado de ese efecto, el inteligente y hasta ahora popular regidor desplegó ayer toda su retórica para convencer no sólo al hombre que le juzga, sino a los más de 500 conciudadanos que abarrotaban la sala y, a través de las cámaras de televisión hacia las que se volvía con frecuencia, a cientos de miles más. El intercambio verbal, plagado de florituras de difícil traducción, no tuvo desperdicio. El acusado, que aunque asesorado por dos abogados ejercía su propia defensa, estuvo brillante e incluso se permitió algún que otro chiste frente a público y cámaras.

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