Deberes para todos

El Gobierno británico propone un plan de tareas en casa

La revolución educativa prometida por el laborismo británico de Tony Blair acaba de fijarse una nueva meta. Los deberes, temidos y detestados a partes iguales por los alumnos, y considerados una paradójica bendición por los padres, han sido presentados ahora como la clave para elevar la calidad de la enseñanza. Como el tiempo que debe aplicarse a esas tareas suele ser exiguo, el departamento de Educación ha establecido unos horarios que servirán de guía a centros estatales y a las familias. Su aplicación es voluntaria y abarca todo el horizonte escolar, desde los 4 a los 16 años. Aunque el t...

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La revolución educativa prometida por el laborismo británico de Tony Blair acaba de fijarse una nueva meta. Los deberes, temidos y detestados a partes iguales por los alumnos, y considerados una paradójica bendición por los padres, han sido presentados ahora como la clave para elevar la calidad de la enseñanza. Como el tiempo que debe aplicarse a esas tareas suele ser exiguo, el departamento de Educación ha establecido unos horarios que servirán de guía a centros estatales y a las familias. Su aplicación es voluntaria y abarca todo el horizonte escolar, desde los 4 a los 16 años. Aunque el término utilizado no varía, los «deberes» de un pequeño de cuatro años recién llegado a la etapa preescolar se limitan a leer o contar con sus padres por espacio de 20 minutos diarios. El tiempo aumenta a medida que el niño pasa de curso. Para cuando está a punto de concluir la secundaria, a los 16 años, debe ser capaz de enfrascarse hasta dos horas y media en sus libros. Durante toda la primaria, además, la lectura aparece como una parte esencial del esfuerzo.

El Gobierno británico ha querido dar ejemplo y ha estudiado a fondo su propuesta antes de presentarla. Aunque admite que los deberes como ejercicio formal no pueden empezar hasta los siete años, espera reducir así las horas pasadas frente al televisor por los menores.

Un sondeo efectuado hace dos años demostraba que la mitad de los escolares británicos de 10 años veía la televisión tres horas al día. Un 43% regresaba a casa con la cartera vacía y nada que hacer a la misma edad. Cuando había deberes, por el contrario, el esfuerzo era bien visible.

En Tower Hamlets, el barrio periférico de Londres que concentra el mayor índice nacional de pobreza, las tareas extraescolares elevaron las notas obtenidas en un 30%. El ministro de Educación, David Blunkett, ha manifestado: «Ya sé que el Gobierno no puede imponer normas tan detalladas como ésta. Pero si los pequeños quieren ver la tele, también pueden trabajar un poco con los cuadernos». Su nueva guía paterno-escolar es, en cierto modo, una copia de las tradicionales clases particulares de la enseñanza privada.

Los profesores que ayudan a centenares de alumnos fuera del horario lectivo, a cambio de respetables sumas de dinero, darán paso en manos del ministerio a clubes públicos. Cerca de 10.000 quiere abrir Blunkett en todo el territorio nacional. Cerca de 50.000 millones de pesetas salidos de la lotería le servirán para financiarlos.

Los estudiantes que preparan su exámenes o que no pueden trabajar en casa por falta de espacio y tranquilidad tienen la puerta abierta. Maestros, voluntarios y padres les guiarán, ofreciéndoles, asimismo, algunas compensaciones. Clases de arte, teatro o deporte estarán a su disposición. «Si funciona en el sector privado servirá también al estatal», ha subrayado el ministro, acallando comentarios sobre su inclinación a copiar ciertas ideas cuando la considera útiles.

Voluntaria o no, la cruzada por los deberes ayudará también a las escuelas a elaborar sus contratos con los padres. Los mismos son, en realidad, acuerdos que centros y progenitores pueden firmar de mutuo acuerdo a partir del próximo año para asegurar que el niño asiste y aprovecha las clases. «Podemos pedirle a la gente que asuma sus responsabilidades, y en eso estamos», recalca el ministro de Educación. Nadie en el sector le niega sus buenas intenciones, pero las primeras críticas han empezado a sonar.

Algunas llegan en forma de irónica matización. «Los deberes son esenciales, pero ojalá que el Gobierno no pretenda regir la educación nacional desde los despachos de Londres», ha dicho Peter Smith, secretario general de la Asociación de Maestros y Profesores.

Nigel de Gruchy, secretario general del sindicato que reúne a los docentes de secundaria y a las mujeres maestras, cree que los propios profesionales pueden perder su poder de decisión. «Las tareas escolares ayudan a aprender, pero su cantidad y frecuencia responden a un criterio educativo fijado sólo por el profesorado», ha advertido con su franqueza habitual.

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