Tribuna:

Alicia en Madrid

Alicia está de visita en Madrid. Hay que darse prisa para verla, ya que sólo permanecerá aquí, en el Círculo de Bellas Artes, hasta el 19 de abril. Su rostro, sus múltiples rostros, aparece en la exposición fotográfica patrocinada por el British Council. Se entra por la calle del Marqués de la Ensenada, se pagan 20 durillos y se accede a la muestra, integrada por 77 obras, en su mayoría retratos, cuya autoría corresponde al reverendo Charles Dogdson, profesor de Matemáticas que fuera en el colegio de la Iglesia de Cristo, perteneciente a la Universidad de Oxford. O, lo que es lo mismo, al escr...

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Alicia está de visita en Madrid. Hay que darse prisa para verla, ya que sólo permanecerá aquí, en el Círculo de Bellas Artes, hasta el 19 de abril. Su rostro, sus múltiples rostros, aparece en la exposición fotográfica patrocinada por el British Council. Se entra por la calle del Marqués de la Ensenada, se pagan 20 durillos y se accede a la muestra, integrada por 77 obras, en su mayoría retratos, cuya autoría corresponde al reverendo Charles Dogdson, profesor de Matemáticas que fuera en el colegio de la Iglesia de Cristo, perteneciente a la Universidad de Oxford. O, lo que es lo mismo, al escritor Lewis Carroll, seudónimo que utilizó el interfecto para firmar sus libros Alicia en el país de las maravillas, el más famoso, y otros. ¿Tenían algo que ver el estirado y aséptico diácono, delgadísimo (tieso como un palo, dicen) y ascético en sus costumbres alimentarías, con el juguetón amigo de sus "pequeñas amigas", como él decía, tan guasón y bromista, amante de los juegos, las risas... y la mermelada?Tratándose de un ser tan peculiar y complejo como Carroll, llama la atención la nota del Consejo Británico que hallamos al penetrar en la sala y donde se nos explica con rígida pudibundez -mucho antes de que hayamos tenido tiempo para preguntarnos nada- que las fotos de sus "jóvenes amigas" son "inocentes", intachables, y "honesta" su conducta, su "código moral". Yo respeto esta exégesis, tan prudish... y tan válida como cualquier otra. La extraña vida, aficiones y obsesiones del joven diácono parecen, sin embargo, contradecirla, y también muchas de sus fotos. Por ejemplo, la de la niña Evelyn Hatch, que atisbamos a mano derecha, nada más entrar. La pequeña modelo se nos muestra reclinada, desnuda, ligeramente pierniabierta, mostrándose a la cámara. O la de Alice Liddell, su musa sempiterna, su ¿castamente? amada, a quien vemos, como él vio, disfrazada de mendiga, remangándose las faldas para mostrarle sus piernas desnudas y sus pies descalzos, morenita, con más cara de gitanilla que de inglesona. Lo que más llama la atención, sin embargo, son sus ojos, pillos, coquetos, provocadores, adultos.

Esta exposición nos trae a domicilio, y sin duda hay que agradecerlo, no sólo a Carroll y sus "pequeñas amigas", sino a la mismísima época victoriana, apogeo del Imperio Británico y cúspide de las glorias históricas de Albión. "Britannia ruled the waves" (dominaba los océanos), Victoria había implantado la castidad por decreto, como aquí años más tarde el franquismo, y la sociedad inglesa escaló las más altas cumbres de la gazmoñería, el egocentrismo y la injusticia. Bailes y fiestas se sucedían en los palacios, pero en Whitechapel, Jack el Destripador asesinaba rameras sádica e impunemente, las masas se morían de hambre y las niñas del East End eran obligadas por sus padres a prostituirse a los nueve años. Hubo "algunos hombres buenos", como William Booth, fundador del Ejército de Salvación, como el Dr. Barnard, que acogió en sus asilos miles de niños pobres, mas todo era poco ante tamaña miseria.

Y Charles Dodgson-Lewis Carroll no perteneció, definitivamente, a la estirpe de los benefactores. A él le chiflaban las niñas ricas, las mimadas damitas impúberes "made of sugar and spice and all things nice" (hechas de azúcar y especias y todas las cosas buenas), y a por ellas fue con gran descaro y astucia, colándose en los mejores salones para fotografiarlas.

Tenía Carroll sus estancias repletas de juguetes y disfraces (y, por supuesto, mermelada) para agasajar a sus "pequeñas amigas" y retratarlas en diversos atuendos y posturas, y cuando su amigo y protector Henry Liddell llegó a la universidad como decano, acompañado de su mujer e hijas, se inició el largo flechazo por él sentido hacia Alice. La Alicia literaria es, como su niña, despierta, descarada, y no se corta un pelo ante los insólitos personajes que en la madriguera encuentra. Niña rarita: se estira y se encoge a placer en las íntimas profundidades de la cueva, se le pone a veces el cuello erecto, fálico, se siente rara por dentro, experimenta "cosas interesantes" cuando come o bebe.

Todo un mundo onírico, freudiano. Victoriano.

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