Tribuna:

Hombre escrupuloso

Se me ocurrió invitar a la vecina a tomar café, y así, de buenas a primeras, preguntó si la consideraba una mujer normal.-Pero piénselo antes de contestar.

Fingí que meditaba durante unos segundos y luego respondí que, desde luego, se trataba de una persona corriente.

-¿Por qué?

-Pues porque sí, no sé. Vives sola, en un bloque de apartamentos, como tanta gente de Madrid: yo mismo. Sales a trabajar por las mañanas, regresas por la tarde. Los sábados y los domingos desayunas en la cafetería de la esquina, dedicándole a la prensa un par de horas para retrasar el momento de to...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Se me ocurrió invitar a la vecina a tomar café, y así, de buenas a primeras, preguntó si la consideraba una mujer normal.-Pero piénselo antes de contestar.

Fingí que meditaba durante unos segundos y luego respondí que, desde luego, se trataba de una persona corriente.

-¿Por qué?

-Pues porque sí, no sé. Vives sola, en un bloque de apartamentos, como tanta gente de Madrid: yo mismo. Sales a trabajar por las mañanas, regresas por la tarde. Los sábados y los domingos desayunas en la cafetería de la esquina, dedicándole a la prensa un par de horas para retrasar el momento de tomar decisiones. Te narcotizas con la tele y tiene 40 años, que es una edad absolutamente vulgar. Conozco a mucha gente así.

-Bueno, pues ahora ven, que quiero que veas una cosa.

Me llevó a su piso, abrió la nevera y sacó un gato congelado. El animal estaba un poco plano, pero tenía los ojos abiertos, con expresión de frío.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

-¿Recuerdas que se me murió hace tres años?

-Sí.

-Pues no llamé al Ayuntamiento para que se hicieran cargo de él los de recogidas de animales muertos, sino que lo congelé porque me daba mucha pena. Lo acaricio todos los días un poco mientras -veo la tele y luego lo devuelvo al congelador.

-¿Pero está desviscerado? -pregunté.

-Claro que no. ¿Cómo iba yo a desviscerar a Vicente, que estuvo 14 años a mi lado, 14?

Me contó entonces que en la oficina esa mañana habían calificado de loca a una mujer de Usera de la que, al morir, se había descubierto que tenía el congelador lleno de canarios fallecidos. Mi vecina había escuchado en silencio las risas de sus compañeros, que le habían hecho dudar de su salud psíquica. Yo ahora también albergaba mis recelos, aunque ya digo que se trata de una persona absolutamente normal en todos los sentidos; eso sin considerar que es una vecina excelente, siempre dispuesta a echar una mano en lo que sea necesario. Así que lo que habría que preguntarse, pensé, es si se puede estar loco siendo normal. O al revés: si se puede ser normal estando loco. Un dilema.

-Bueno, ¿soy o no soy una demente? -volvió a apremiarme.

-Te voy a ser sincero -le dije-: sí y no. Todo lo que haces en tu vida de puertas afuera de la nevera es lo usual, pero reconocerás que lo del gato es de psiquiatra.

-¿Es peor congelar gatos que embriones?

No había caído en eso, la verdad, pero la mujer me hizo una descripción sombría acerca de la enorme cantidad de cigotos repartidos a lo largo y ancho del mundo en congeladores industriales, esperando un microondas adoptivo, o -un útero de alquiler para salir de su ensimismamiento.

-Te imaginas el frío que tendrán los niños nacidos de esos óvulos que igual llevan congelados diez o más años cuando se deciden a darles vida? Y lo peor es que se trata de un frío interno, original, como el pecado, que no podrán combatir con ningún tipo de calefacción. ¿Por qué voy a estar yo más loca que esos científicos?

-Mujer, ellos lo hacen en nombre del progreso.

-Y yo lo hago en nombre del amor, ¿qué pasa?

-Jienes alguna otra cosa congelada? -pregunté.

-Gallos de ración, pero yo ni los pruebo. Son para Vicente.

Le di un beso, volví a mi apartamento, y me asomé a mi congelador, en el que no suele haber más que unas espinacas, para las cenas. Pensé que quizá se me estaba agriando el carácter y me estaba volviendo egoísta por vivir tan solo. Mi vecina, en cambio, era una mujer solidaria, alegre, satisfecha hasta cierto punto. Y todo gracias al gato. Decidí entonces comprarme uno para tenerlo en el congelador y acariciarlo un poco por las noches, pero me han dicho en la tienda que viven catorce o quince años. ¿Qué hago con él hasta entonces? Porque no lo voy a congelar vivo. ¿Es normal que tenga estos escrúpulos?

Sobre la firma

Archivado En