Editorial:

80 años después

EN EL KremIin están pasando muchas cosas significativas últimamente. Y lo que sucede en el centro neurálgico de ese gran país que es Rusia no nos puede ser indiferente. Como siempre, desde mucho antes de la Revolución de Octubre, de la que se cumplieron ayer ocho décadas, son pocos los que saben cuáles son los procesos, sus efectos y sus causas. El oscurantismo moscovita lo ha heredado el presidente ruso Borís Yeltsin del sistema soviético, como éste en su día lo heredó del zarismo. Existe una continuidad en los hábitos de mando en Rusia, y es ésta posiblemente una de las mayores desgracias de...

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EN EL KremIin están pasando muchas cosas significativas últimamente. Y lo que sucede en el centro neurálgico de ese gran país que es Rusia no nos puede ser indiferente. Como siempre, desde mucho antes de la Revolución de Octubre, de la que se cumplieron ayer ocho décadas, son pocos los que saben cuáles son los procesos, sus efectos y sus causas. El oscurantismo moscovita lo ha heredado el presidente ruso Borís Yeltsin del sistema soviético, como éste en su día lo heredó del zarismo. Existe una continuidad en los hábitos de mando en Rusia, y es ésta posiblemente una de las mayores desgracias del Estado ruso y su sufrido pueblo.Pero hay un dato revelador. Se ha producido en Moscú una revuelta palaciega, y su principal víctima es Borís Berezovski. Gracias a los favores de la clase política postsoviética, a los huecos legales y a la omnipresencia de la corrupción, este hombre de negocios se había convertido en un gran magnate y quizá el máximo símbolo de la cleptocracia rusa. Berezovski ha sido paradigma de una combinación de la voracidad empresarial y especulativa con el poder político que supone hoy día la máxima amenaza para una incipiente e insegura democracia. Berezovski ha entendido el Estado como una finca particular dedicada a la explotación de las necesidades de la ciudadanía.

La destitución de Berezovski es un triunfo de Anatoli Chubais y Borís Nemtsov, los dos grandes reformistas que hoy tienen mando en el Kremlin. El defenestrado debe su éxito y fortuna a Chubais y otros refórmistas que en un principio quisieron que fuera la presión de los tiburones económicos la que impusiera en Rusia la razón del capitalismo. Pero los intereses divergentes han terminado convirtiéndose en un pulso ganado al fin por los políticos. Es difícil valorar el efecto último de la destitución dictada por Yeltsin. Pero sugiere al menos que tocan a su fin los tiempos del atraco sistemático al Estado que ha imperado en Rusia en los últimos años.

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