El orgullo de ser humanos

El Palacio de los Deportes celebra un festival antirracista bajo la filosofía del respeto

"Si te integras, les integras", o quizá al revés, podía leerse en uno de los carteles de la treintena de casetas con que diversas ONG y otras asociaciones de inmigrantes en España ocupaban anoche la explanada de la plaza de Dalí. Justo al lado, en el Palacio de los Deportes, se estaba celebrando un macroconcierto con siete artistas de diversas razas y nacionalidades unidos en torno a una sola idea: que se acabe el racismo, o, al menos, que se conciencie la gente de que ser racista es un mal rollo.En otras casetas, otros lemas giraban en torno a lo mismo, pero nada lo definía mejor que el del c...

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"Si te integras, les integras", o quizá al revés, podía leerse en uno de los carteles de la treintena de casetas con que diversas ONG y otras asociaciones de inmigrantes en España ocupaban anoche la explanada de la plaza de Dalí. Justo al lado, en el Palacio de los Deportes, se estaba celebrando un macroconcierto con siete artistas de diversas razas y nacionalidades unidos en torno a una sola idea: que se acabe el racismo, o, al menos, que se conciencie la gente de que ser racista es un mal rollo.En otras casetas, otros lemas giraban en torno a lo mismo, pero nada lo definía mejor que el del concierto: "Todos humanos". Así lo subrayó José Antonio Abellán, conductor del programa La Jungla, que ayer ejerció de maestro de ceremonias, al presentar al primer artista de la noche, el argelino Chab Samir, un Cantante de raí que padece en propia carne las amenazas de la intolerancia del integrismo islámico. "Sólo existe una raza, la raza humana", señaló uno de los colaboradores habituales del programa de Abellán. Las casi 5.000 personas que llenaban a medias el interior del Palacio acudieron de buena fe. Aplaudían encantados las proclamas que entre las intervenciones de los artistas introducían, no sin demagogia, otros colaboradores del afamado La Jungla. Todo era un aluvión de solidaridad y camaradería entre el público, cada vez que se aludía a una injusticia o un desplante a una raza, una religión o una nacionalidad maltratada.

El gitano sevillano Raimundo Amador lo recalcó con una de sus canciones más significativas. Esa de los días señalaítos, en la que cualquiera siente simpatía para un gitano cuando escucha una rumba, pero reniega cuando huele algún conflicto.

No se entiende por qué con tanta bondad de intenciones, por parte del público y artistas, los servicios de seguridad de la entrada se esmeraron con exceso de celo registrando minuciosamente cada mochila de cada chaval que anoche quería pasar un rato sintiéndose, sencillamente, humano. Claro, el enemigo podía estar en cualquier sitio, pero más de uno se sintió ofendido al tener que deshacer los nudos y hebillas de sus hatillos. "Vamos, hombre, que venimos en son de paz", comentaron unos estudiantes extranjeros cuando uno de ellos se impacientó con un portero porque el registro de su mochila le estaba haciendo perder las primeras canciones del festival.

Tras Raimundo, la piropeada cubana Lucrecia demostró, con toda la sabrosura de su chorro de voz, que vale tanto para un bolero como para un son, pero sobre todo para elevar la temperatura de una noche desapacible y fría. Manolo Tena ofreció después la actuación más corta debido a su tardía incorporación al cartel. Acompañado sólo por Antonio Molina, histórico guitarrista de Cucharada, Tena desgranó un emocionado Sangre española. Los Secretos, Los Rebeldes y Diego Cortés completaron la cita solidaria, en la que se intercalaron vídeos y más razones para abundar en la filosofía de respeto que ilumina las acciones del Año Europeo contra el Racismo, una organización que, visto como va el mundo, a pesar del concierto de anoche, bien puede prorrogar sus actividades muchos años más.

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