Tribuna:

La atracción hachemi

Jordania es un país pequeño, pero clave en Oriente Próximo. Su papel en el proceso de paz del área es activo y relevante e, independientemente del hecho de que una parte significativa de sus cuatro millones de habitantes es de origen palestino, alberga en su territorio la mayor concentración de refugiados de toda la zona. De ahí que las elecciones generales que hoy celebra supongan un hito no sólo para Jordania, sino también para el contorno, cuya estabilidad depende de cómo evolucionen las cosas en Palestina y en el vecino país.Se trata de la tercera convocatoria pluralista a las urnas desde ...

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Jordania es un país pequeño, pero clave en Oriente Próximo. Su papel en el proceso de paz del área es activo y relevante e, independientemente del hecho de que una parte significativa de sus cuatro millones de habitantes es de origen palestino, alberga en su territorio la mayor concentración de refugiados de toda la zona. De ahí que las elecciones generales que hoy celebra supongan un hito no sólo para Jordania, sino también para el contorno, cuya estabilidad depende de cómo evolucionen las cosas en Palestina y en el vecino país.Se trata de la tercera convocatoria pluralista a las urnas desde 1989, pero esta vez se da un hecho singular; y es que la opción política que representa el fundamentalismo islámico -hasta ahora mayoritariamente moderado- ha decidido boicotearla. Habiendo participado en los dos comicios anteriores -y obtenido un nada desdeñable resultado: 17 del total de 80 diputados-, estima ahora que no hay verdadera democracia. Sostiene, entre otras cosas, que no existe en el país libertad de prensa (aunque en ella vitupera al Gobierno), que el Parlamento es incapaz de hacer frente a la cada vez más difícil vida cotidiana de la gente, mucha de ella en precaria situación socioeconómica, y que el tratado de paz jordano-israelí debería ser denunciado, dado que -y en esto no les falta razón- el proceso de paz está bloqueado por Israel. Con ello han ocasionado la primera crisis seria del joven y único experimento democratizador jordano. Y también una paradoja; y es que en este dinámico país, castigado por la historia reciente, la dialéctica islamismo-sistema es sui generis. Así, a diferencia de Turquía, Egipto, Túnez y, sobre todo, Argelia, en donde el establecimiento, el sistema, rechaza el islamismo, en Jordania, hoy, es el fundamentalismo quien rechaza al sistema.

Este país vive una difícil etapa interna en medio de una complicada, obtusa, situación regional que Ammán no ha creado. Es más, ha hecho todo lo humana y políticamente posible para evitar entrar en un callejón sin salida; callejón en el que parecen haber entrado los fundamentalistas. En última instancia se trata de un enfrentamiento, en principio evitable, -entre el impulso modernizador y la legítima pretensión de los sectores que en Jordania aspiran a defender los propios valores culturales frente a los que llegan de Occidente.

Compiten la atracción hachemí y la islamista. La primera la protagonizaron el rey Hussein, quien desde hace más o menos una década -sabedor de los ingentes problemas regionales y consciente del drama que una ruptura de equilibrios en su propio país podría acarrear- camina paulatina y programadamente hacia la consolidación en Jordania de una sociedad que ahora es pluralista y que mañana deberá ser democrática. La atracción del monarca hachemí nace de su habilidad -en un país en que los principios tradicionales y tribales están poderosamente arraigados- para, sin impugnarlos, conducir a sus súbditos -cada vez más ciudadanos- a una comunidad que, con el tiempo, gozaría de las ventajas -aunque padeciera asimismo los inconvenientes- de la modernidad occidental.

La atracción islamista fascina a todos aquellos que estiman que la cultura política imperante en Jordania es superficial, limitada y engañosa, derivada de un espejismo que no se compadece con la realidad. Los resultados de estas elecciones y sobre todo el grado de abstención serán indicativos del arraigo de la aventura constitucional jordana o del impacto del mensaje de los fundamentalistas. Hasta ahora, la participación islamista en los debates parlamentarios en países como Malaisia, Pakistán o Jordania han reforzado el sistema. La integración del integrismo ha funcionado. Está por ver si éste constituye una significativa minoría que pone sobre la mesa temas que interesan a la mayoría de los ciudadanos, pero que los Gobiernos no saben o no quieren afrontar. Cabe preguntarse si en Jordania los islamistas, insatisfechos de lo hasta ahora conseguido, han optado por alejarse del sistema, a la espera de que la atracción hachemí, gracias también a la intransigencia de Netanyahu, se difumine. El sistema deberá hacer gala de toda su imaginación y recursos en el futuro, pero los islamistas han de asumir que, a diferencia de Argelia, en Jordania son, por ahora, tan sólo una respetable minoría.

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