Tribuna:

La talla

Francisco Trujillo, cabo de la policía local de Rivas-Vacia-Madrid, ha sido destituido por no dar la talla. La altura mínima establecida para desempeñar el puesto es de 1,70, alguien denunció que no la alcanza pues le falta un centímetro y los tribunales han dado la razón al denunciante.Los tribunales han sentenciado de acuerdo con los reglamentos, como corresponde a un Estado de derecho, pero el mal está, precisamente, en esos reglamentos. Quienes los aprobaron deberían demostrar por qué un hombre de 1,70 está capacitado para ser policía local, y no lo está un hombre de 1,69.

El fondo ...

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Francisco Trujillo, cabo de la policía local de Rivas-Vacia-Madrid, ha sido destituido por no dar la talla. La altura mínima establecida para desempeñar el puesto es de 1,70, alguien denunció que no la alcanza pues le falta un centímetro y los tribunales han dado la razón al denunciante.Los tribunales han sentenciado de acuerdo con los reglamentos, como corresponde a un Estado de derecho, pero el mal está, precisamente, en esos reglamentos. Quienes los aprobaron deberían demostrar por qué un hombre de 1,70 está capacitado para ser policía local, y no lo está un hombre de 1,69.

El fondo de la cuestión, sin embargo, se encuentra en la conciencia ciudadana. La sociedad civil no se ha fiado nunca del bajito. El bajito tiene siempre las de perder, con flagrante injusticia porque está inscrito en el registro civil, paga impuestos y es hijo de Dios y heredero de su gloria.

La sociedad civil, tan permeable a las campañas de imagen que las asume cual si fueran propias, acepta como paradigmáticas las características del hombre perfecto: alto, rubio y con los ojos azules. Un ejemplo de aquí sería el príncipe de Asturias; un ejemplo de allá, Clinton. Si en las elecciones americanas el otro candidato fuera rechoncho y cetrino, ya le podrían ir dando; si el heredero de la Corona fuese al estilo del español de la posguerra -bajito, peludo y con cara de mala leche- se habría de ver.

Un servidor ha conocido en sus carnes -quizá sea en sus meninges- el menosprecio que para los bajitos guarda en el subconsciente la sociedad civil. En la información de un suceso dijo de cierto personaje que era fornido, moreno y bajo de estatura, y comentó que estos rasgos coincidían, con los típicos de los habitantes de X, su ciudad natal. La reacción fue inmediata: el Ayuntamiento se reunió de urgencia y declaró a un servidor persona non grata por haberlos llamado fornidos, morenos y bajos de estatura.

En una selección para ejecutivos, los altos suelen tener preferencia respecto a los bajos. En un contraste de pareceres entre un alto y un bajo, el alto lleva la razón. Los altos no tienen ninguna culpa, es obvio, mas hay muchos que se aprovechan y actúan con prepotencia. Aquel gran actor de comedia, muerto hace ya muchos años, que se llamaba Valeriano León y era bajito, contó que una vez, en un restaurante, alguien le había colgado el sombrero en una percha, y al irse no alcanzaba a cogerlo. Un esbelto comensal le hizo la merced de acercárselo, y le dijo con sorna: "Siempre que necesite algo de arriba no deje de llamarme". Valeriano León respondió: "A la recíproca, cuando necesite algo del suelo llámeme a mí, que para eso valgo".

La población española ha pegado un estirón formidable en los últimos 50 años. La talla media ha pasado del 1,60 de aquel español moreno, bajito y con cara de mala leche al 1,75 del espigado español actual, lo que quizá no sea significativo de nada salvo que, a lo mejor, nos estamos alimentando con crecederas. La progresión física de los españoles se nota mucho en las plazas de toros. La de Las Ventas, construida en los años treinta, según datos de la época era de gran amplitud; y, sin embargo, ahora resulta insuficiente para dar cumplido asiento a los culos que se llevan. En la de Aranjuez, del siglo XVIII, aún es peor, y sólo juntando tres localidades se obtiene la medida que necesita el culo de una persona normalmente constituida.

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Que los españoles fueran bajitos, peludos y con cara de mala leche tiempo atrás no significa que no dieran la talla. Esos españoles cultivaron la tierra que hoy florece, pintaron y escribieron lo que hoy se ve y se lee con admiración, echaron adelante el país, lo llenaron de hijos, defendieron blocaos, asaltaron posiciones fortificadas, murieron por la patria o quién sabe por qué y, si hacía falta, se pegaban con su padre. A ver quién hubiera podido decirles a aquellos ciudadanos de 1,60, peludos y con cara de mala leche, que no daban la talla para ser policías en Rivas-Vaciamadrid.

Establecer tallas mínimas, salvo para hacer de extra en Quo vadis? o para alcanzarle el sombrero a Valeriano León, es una solemne tontería. Si lo sabrá un servidor, que tira a bajito. Y ahí están las mujeres, sin ir más lejos: más bajas que los hombres -es cierto- pero también más fuertes, más longevas, más listas y más hermosas.-

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