Reportaje:EXCURSIONES

La lana del vellocino de oro

Esta vía pecuaria nos invita a evocarla edad dorada de la Mesta paseando desde Valdemanco hasta El Cuadrón

En el octavo libro de La Odisea está escrito que los dioses tejen dichas y desdichas para que a las generaciones venideras no les falte algo que cantar; en la mitología griega, las Moiras, y en la latina, las Parcas, divinidades son del destino que enruecan, devanan y cortan el hilo de la vida de los hombres. Por la misma regla de tres de esta teología textil, la historia de España ha sido divinamente urdida durante siglos usando tan sólo lana de oveja merina.Con este hilo tejióse, en los días boyantes de la Mesta, una red de vías pecuarias que superaba los 125.000 kilómetros y sumaba, ...

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En el octavo libro de La Odisea está escrito que los dioses tejen dichas y desdichas para que a las generaciones venideras no les falte algo que cantar; en la mitología griega, las Moiras, y en la latina, las Parcas, divinidades son del destino que enruecan, devanan y cortan el hilo de la vida de los hombres. Por la misma regla de tres de esta teología textil, la historia de España ha sido divinamente urdida durante siglos usando tan sólo lana de oveja merina.Con este hilo tejióse, en los días boyantes de la Mesta, una red de vías pecuarias que superaba los 125.000 kilómetros y sumaba, entre cañadas, cordeles y veredas, el 1% de la superficie peninsular. ¡Una friolera! A mediados del siglo XVI, dos millones y medio de lanudas iban y venían por aquéllas, igual que lanzaderas, a las sierras del Norte en verano, en invierno a las dehesas del Sur. Eran sus dueños unos 3.000 ganaderos, la mayoría modestos, pero algunos tan sobrados como los monjes de San Lorenzo de El Escorial, con 40.000 cabezas, o los cartujos de El Paular, con 30.000, que, fieles al voto de silencio, ya que no al de pobreza, matábanlas callando.

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Pendientes de ese hilo estaban -y tomen aliento porque la lista es larga- los mayorales y los pastores trashumantes, divididos éstos según su categoría en primeros, segundos, terceros y gañanes. (Para mover una cabaña de 10. 000 reses se necesitaba un mayoral y 50 pastores con sendos perros). Estaban también los factores que regentaban los numerosos esquileos -sólo entre Riaza y El Espinar se contaban 36 ranchos a finales del XVIII-, los capataces, los tijeras y los recibidores que recogían los vellones una vez trasquilados; los velloneros que los trasladaban a los almacenes y los apiladores que los amontonaban; los ligadores que ataban las reses y los moreneros que proveían polvo de carbón y vinagre para curarles las cortaduras; las vedijeras que barrían las lanas caídas y los escanciadores que daban de beber a los laborantes, a razón de 18 tragos al día, sin contar los del almuerzo, comida y cena. Salud.

El diezmo y la lana

Pero estaban, además, los operarios de batanes, tenerías y telares; los que cultivaban el zumaque y la rubia: para el curtido y la tinción, y quienes obraban lavaderos, contaderos, descansaderos, encerraderos, tenadas, cijas, corrales, chozos y fuentes. Luego estaban los oficiales reales ambulantes que vigilaban las cañadas; los arrieros, contratistas y comerciantes que daban salida al producto hacia Génova; las órdenes militares que imponían tributos de paso en los puertos de los extremos y, por último, la Iglesia, que sin mover una falange cobraba el diezmo, mientras otros cardaban la lana.

De las tres cañadas reales que surcaban nuestra región: la Leonesa, la Segoviana y la Soriana, hoy vamos a desempolvar la segunda caminando entre Valdemanco y El Cuadrón; un trecho insignificante, si bien se mira, de aquella autopista bovina que cruzaba Madrid procedente de tierras toledanas, y desde Villalba corría por el pie del Guadarrama para colarse finalmente por el puerto de Somosierra en demanda de los jugosos veranaderos del Septentrión.

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En Valdemanco, población de calles pinas donde las haya, treparemos hasta la parte alta del caserío y allí tomaremos la pista de tierra -la vieja cañada- que, dejando a la izquierda un depósito de agua, asciende suavemente hasta el puerto del Medio Celemín, escotadura abierta entre la mole pinariega del Regajo (1.737 metros) y la máxima altura de la pelada sierra granítica de la Cabrera (Cancho Gordo, 1.563). A partir de aquí, seguiremos por la misma pista hasta trasponer un colladito, donde enlazaremos con la que baja a El Cuadrón. Andando la cañada, habremos avistado el embalse del Atazar espejeando a levante, el macizo pizarroso de Ayllón al noreste y, allá en el último norte, el puerto de Somosierra, por el que ya no se cuelan las huestes de la Mesta, sino los conductores ávidos de cordero asado... Pero ése es hilo de otro vellón.

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