Reportaje:

El zorro del Rastro

El jefe de la Policía Municipal del Rastro cuenta su visión de la picaresca del populoso mercado

Todos los domingos, a las 7.30, el suboficial de la Policía Municipal Marcelino Fernández Rojo, de 44 años, se enfrenta al mismo reto. Camina con paso lento por la Ribera de Curtidores, y a mitad de calle se planta y mira a su alrededor.. No es un vistazo cualquiera. Con esa ojeada, el. suboficial Rojo se adentra en el universo informe del Rastro, recorre sus laberintos -poblados de gangal, platas y pícaros- y escruta el hormiguero de los puestos y sus vendedores. Esa mirada tempranera, asegura Rojo, le basta para calibrar cómo discurrirá el día; cómo serán las ventas, los gritos...

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Todos los domingos, a las 7.30, el suboficial de la Policía Municipal Marcelino Fernández Rojo, de 44 años, se enfrenta al mismo reto. Camina con paso lento por la Ribera de Curtidores, y a mitad de calle se planta y mira a su alrededor.. No es un vistazo cualquiera. Con esa ojeada, el. suboficial Rojo se adentra en el universo informe del Rastro, recorre sus laberintos -poblados de gangal, platas y pícaros- y escruta el hormiguero de los puestos y sus vendedores. Esa mirada tempranera, asegura Rojo, le basta para calibrar cómo discurrirá el día; cómo serán las ventas, los gritos y también las estafas, cuyo dominio le ha valido el apelativo de Zorro del Rastro y el reciente homenaje público de los comerciantes de este inabarcable bazar.Con 80 agentes municipales a sus órdenes, el suboficial Rojo, de maneras tranquilas -"no me hace falta tirar de pistola", dice-, se ufana de haber escampado el Rastro de violentos y de drogas, así como de haber eliminado la mayoría de los puestos ilegales. Pese a esta tarea, en la que lleva empeñado 12 años -los tres últimos como cabeza visible de la policía-, Rojo reconoce que ni siquiera con ayuda de su ojo clínico conseguirá acabar con la picaresca. "Aquí Rinconcite y Cortadillo serían aprendices,", afirma con ironía.

Ante sus ojos han desfilado estafadores capaces de vender una reproducción de escayola como la auténtica Dama de Elche, o una caja de juanolas con siete huesecillos como los restos de Santa María de la Cabeza, e incluso son capaces de hacer pasar una caja llena de piedras por un equipo de la más alta fidelidad (timo del piedrasonic).

Poco a poco, sin embargo, el hormiguero del Rastro ha perdido estas florituras canallas, aunque no del todo. Congelados en el tiempo, aún transitan este mercado tres carteristas ancianos y trajeados que viven del estoque de sus largas pinzas de metal -"con cabeza de víbora", matiza Rojo-.

O un puñado de peristas marchitos -"todos con gafas y capaces de dar la hora con un reloj de madera", detalla el suboficial que se arremolinan en los portales de Rodrigo de Guevara y Mira el Río Alta, cuyo rey es El Manzano, un ciego que, de oído, es capaz de distinguir la maquinaria de un Omega verdadero de otro falso.

Estos peristas ingeniaron, ante el acoso de Rojo, un sistema defensivo que él denominó la senda de los elefantes: el posible comprador, tras un primer contacto, pasaba, como un listón, de un perista a otro (hasta cinco); en este tránsito se alejaba del Rastro y de los hombres de Rojo hasta subirse a un vehículo que le trasladaba a una furgoneta aparcada en Usera, donde se encontraba el expositor.

El truco no pasó inadvertido para Rojo, que lanzó a sus hombres al ataque. Hubo carreras, detenciones y confiscaciones. El tiempo, sin embargo, devolvió a los peristas y sus gafas a los soportales. Y allí siguen aún. Son un punto más de la temida mirada tempranera del suboficial Marcelino Fernández Rojo.

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