Tribuna

Que conste en acta

Inasequibles al desaliento a partir de las 9.30 los diputados de Grupo Mixto se relevaban en la tribuna del Congreso. No más de 30 señorías y señoríos les daba asistencia desde sus escaño atendiendo a otras tareas y lecturas en silencio. En la tribuna de prensa apenas media docena de colegas esperaban el momento de estrenar sus cuadernos de notas. Sólo el presidente del Gobierno atendía bloc en mano. Ni González, ni Molins, ni Anguita, ni Anasagasti, ni Mauricio estaban por la labor de escuchar a los pequeños.Pero los pequeños miraban mucho más allá del hemiciclo. Sabían que la televisión les ...

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Inasequibles al desaliento a partir de las 9.30 los diputados de Grupo Mixto se relevaban en la tribuna del Congreso. No más de 30 señorías y señoríos les daba asistencia desde sus escaño atendiendo a otras tareas y lecturas en silencio. En la tribuna de prensa apenas media docena de colegas esperaban el momento de estrenar sus cuadernos de notas. Sólo el presidente del Gobierno atendía bloc en mano. Ni González, ni Molins, ni Anguita, ni Anasagasti, ni Mauricio estaban por la labor de escuchar a los pequeños.Pero los pequeños miraban mucho más allá del hemiciclo. Sabían que la televisión les estaba contemplando y que un minuto de pantalla vale más que mil palabras ante los 350 diputados. Se estaban dirigiendo a otra audiencia y además querían que constase en acta.

Primero fue el del Bloque Nacionalista Galego, Francisco Rodríguez; luego Pilar Rahola, catalana republicana e independentista; Begoña Lasagabaster, de Eusko Alkartasuna y José María Chiquillo de Unión Valenciana. La respuesta del presidente Aznar les llegó agrupada y con signos de cordialidad muy merecidos. Ninguno había elegido el territorio de la estridencia y en cada una de las circunscripciones el PP podía presentar efectivos parlamentarios más numerosos. De modo paulatino, una vez recuperados de las nocturnidades de la víspera, algunos diputados iban acercándose a sus escaños para cambiar impresiones y comentar la prensa de la mañana. Entonces sobrevino la última intervención, la del portavoz del grupo popular, Luis de Grandes. Estuvo al borde de la hernorragia de satisfacción. Negó a los socialistas la condición de reformadores sociales y, en un breve ejercicio de prestidigitación, arrojó sobre ellos la crispación que ha venido promoviendo al alimón con Álvarez Cascos.

Todo estaba atado y bien atado respecto a las mociones a votar. Los populares iban a conseguir el respaldo de sus aliados. La imagen de solidez iba a sobreponerse a las estrechuras de las últimas semanas. Al PSOE nadie iba a acompañarle en sus susceptibilidades. Quedaría claro una vez más que cada pueblo tiene el descodificador que se merece. Y si la Unión Europea tiene a su comisario Bangemann, España tiene a su ministro Arias Salgado. Con estos presentimientos la sesión se levantaba hasta las cuatro de la tarde. A partir de esa hora los portavoces, de mayor a menor, empezando por Joaquín Almunia, consumirían un turno justificativo de las mociones propuestas a votación. Sus intervenciones apenas sobrepasaban el ruido ambiente. No tenían a quién dirigirlas. Cada uno pregonaba la excelencia del propio género sólo para que constara en acta. Todo el pescado estaba ya vendido en otra lonja. Gabriel Cisneros despachaba el trámite con citas clásicas. En la tribuna de prensa algunos optaban por la siesta sólo perturbada por el presidente al interrumpir la sesión.

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