ELECCIONES BRITÁNICAS

La acerada sonrisa de Tony Blair

El líder laborista hace gala de una naturalidad tan perfecta que lo único imperfecto es su excesiva perfección

ENVIADO ESPECIALEn octubre de 1974, la última vez que el laborismo ganó unas elecciones, Tony Blair era un joven de 21 años que cursaba estudios con premonitorio aprovechamiento en el colegio St. John's, de Oxford, y era vocalista en el conjunto Ugly Rumours (Feos Rumores), algunos de los cuales circulan todavía a unas jornadas de su probable acceso al 10 de Downing Street, el próximo 1 de mayo.

El líder laborista, 43 años, que por el largo alejamiento de su partido del poder nunca ha desempeñado un cargo de Gobierno, es, sin embargo, ya un consumado profesional de la política. Es e...

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ENVIADO ESPECIALEn octubre de 1974, la última vez que el laborismo ganó unas elecciones, Tony Blair era un joven de 21 años que cursaba estudios con premonitorio aprovechamiento en el colegio St. John's, de Oxford, y era vocalista en el conjunto Ugly Rumours (Feos Rumores), algunos de los cuales circulan todavía a unas jornadas de su probable acceso al 10 de Downing Street, el próximo 1 de mayo.

El líder laborista, 43 años, que por el largo alejamiento de su partido del poder nunca ha desempeñado un cargo de Gobierno, es, sin embargo, ya un consumado profesional de la política. Es el jefe de los modernizadores, los que han liquidado los restos institucionales de socialismo en la tribu del labour, el partido que bajo su mando ha colonizado el centro empujando a los conservadores hacia la derecha ultra-thatcherista y antieuropea, y al modesto partido liberal, directamente a ningún sitio.

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Blair es la encarnación del abogado litigante que tiene una distancia óptima del público, para que mejor resalte en toda su acabada perfección, de entre los 8 y los 15 metros propios de la sala del juzgado o el mítin a puerta cerrada de medianas dimensiones. Más cerca, el brillo de los ojos subraya quizá en exceso una sonrisa que, como Andrei Gromiko dijo con poco acierto de Mijaíl Gorbachov, esconde dientes de acero; una sonrisa con la cólera a flor de dentadura, no sabemos si suprimida para que más se note por su ausencia, o traicionando una caldera interior sobrada de presión. A mayor distancia, la figura pierde algo porque su inmaculada sinceridad escénica sólo es voz, privada del atrezzo.

Habla marcando la cadencia del punto y de la coma, con un breve puño que agita hasta casi golpear la tableta del pupitre de orador; quizá, incluso, en su exquisito detalle existe en su voz el punto y coma. Conoce y recuerda los nombres de pila de periodistas y público en general, que se identifica en el turno de preguntas, y eleva su puntilloso estudio de las formas a decir que no va a responder lo que "hoy, a cuatro días de las elecciones el público querría oir", cuando eso es precisamente lo que el público le quiere oír decir.

Su naturalidad es tan perfecta -el gesto con que a los pocos minutos de haber hecho contacto con el público se quita la chaqueta, que, cuidadosamente, aloja en el respaldo de una silla- que el crítico cinematográfico Derek Malcolm opina que en ella lo único imperfecto es su excesiva perfección.

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Y sin embargo hay un hombre tras este excelente decorado. Su amigo de juventud, el periodista Martin Kettle, dice que es "ambicioso pero vulnerable, audaz pero aterrorizado, un tipo decente pero implacable" en su carrera hacia Downing Street, para la que se ha preparado "con una disciplina admirable, y un tanto speluznante". Mi taxista favorito lo dice con su particular y más crudo estilo: "Un niño bien, que quiere parecer uno más de la panda".

¿Ideología, propuestas de gobierno? Las tiene, por supuesto. A falta de un ismo que sustituya a socialismo, sin caer de bruces en el simple liberalismo, se surte de una nueva fórmula muy new age, que llaman comunitarismo. La sociedad, siempre en primer plano.

Una vez en el poder, el énfasis se llamará educación; privatizaciones, las necesarias, ni fanatismo thatcheriano, ni estatismo al final de la historia; gestionarismo,en cambio, como estadio último de la política; y redistribucionismo sin aumento de la carga impositiva. Eficacionismo sería la síntesis exacta.

Es un mensaje para todos los públicos, pero muy especialmente para el voto oscilante o más desprevenido: ese más de medio millón de jóvenes para los que el jueves se abren las urnas por primera vez, a la busca de empleo y de Partido; la tercera edad a la que los tories han aterrorizado de imprevisto sobre el futuro de sus jubilaciones; el voto, por ejemplo, femenino, que supera en más de millón y medio al de los hombres, y al que esa media distancia de la toga es la que mejor puede impresionar. Se ve, pero no se toca.

¿Política exterior? En esta campaña ni siquiera Europa hace figura de auténtica preocupación por el lugar de Inglaterra en el mundo. Cuando se habla del continente, se hace para atizar -los conservadores- o conjurar -los laboristas- graves demonios interiores, como cuando Blair, aún manteniendo que su partido adoptará el capítulo social de la normativa comunitaria, añade, como quien pronuncia un santo y seña, "siempre que no se perjudique a los intereses británicos"; lo que es como decir, "si ustedes me lo permiten".

Pero ese Tony Blair que ha llevado a término una maratón impecable como jefe de la oposición se enfrentará a un panorama muy distinto a la hora de estar en el Gobierno. No sólo porque su equipo es tan bisoño como él mismo, sino porque la noche de los cuchillos largos está sólo aplazada a la victoria. No la de la vieja izquierda -Tony Benn, Arthur Scargill, tan derrotada hoy como parecen estar los tories- sino la que el director de The Independent, Andrew Marr, llama "la izquierda legítima", una línea dentro del partido que dirige apenas entre bastidores Robin Cook, el presunto próximo ministro de Exteriores, con algún miembro más en el futuro gabinete, como John Prescott, el socialista que tiene para enseñar el Nuevo Laborismo, presentido para un superministerio de Transportes, y que agrupa a unos 30 diputados y unas cuantas docenas de dirigentes locales. Esos son los partidarios del Estado de lo posible. No son anti-Blair, que si así fuera no estarían ahí, pero creen en un destino independiente. Por eso, Charles Garside, director de The European, pronostica "una corta luna de miel para el blairismo".

El jueves sabremos si el Nuevo Laborismo ha enterrado para siempre al de toda la vida. El Reino Unido parece hoy a punto de escribir una nueva página en la historia de la modernidad. ¿O será de la modernización?

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