Editorial:

Horizonte atlántico

TRES LUSTROS después de su primer intento, España se encuentra con problemas parecidos a los de 1982 para culminar su integración militar en la Alianza Atlántica: Gibraltar, Portugal, la indefinición de Francia y la propia ubicación de España en la estructura de mandos. No obstante, no conviene dejar pasar la ocasión para superar estos escollos. Pues buen número de cosas han cambiado o están cambiando desde las mitificadas conversaciones exploratorias con la OTAN en 1982, tras el ingreso de España, que el PSOE congeló al llegar al poder. Si entonces España intentaba integrarse en una OTAN en q...

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TRES LUSTROS después de su primer intento, España se encuentra con problemas parecidos a los de 1982 para culminar su integración militar en la Alianza Atlántica: Gibraltar, Portugal, la indefinición de Francia y la propia ubicación de España en la estructura de mandos. No obstante, no conviene dejar pasar la ocasión para superar estos escollos. Pues buen número de cosas han cambiado o están cambiando desde las mitificadas conversaciones exploratorias con la OTAN en 1982, tras el ingreso de España, que el PSOE congeló al llegar al poder. Si entonces España intentaba integrarse en una OTAN en que las cartas ya estaban repartidas, en 1997 la OTAN se está reformando, aunque no plenamente, con España dentro.Lo que se echa en falta en la actitud del Gobierno es quizás un horizonte amplio para las ambiciones de Espapa en y para la nueva OTAN, y en general en todo el esquema europeo. Tal visión de conjunto ayudaría, por ejemplo, a seleccionar cuidadosamente hasta dónde quiere España que se amplíe la OTAN o qué misiones prioritarias defiende, más allá de las generalidades al uso. Este horizonte, además, permitiría superar un enfoque a menudo en exceso provinciano de la plena integración en las estructuras atlánticas. Incluso un término ampliamente utilizado, como el del "mando español" en la OTAN, es reflejo de que no se ha entendido bien lo que significa integración militar: fundamentalmente una manera de evitar la nacionalización de las políticas de defensa. La integración implica mandos multinacionales y a menudo rotativos, sean éstos españoles, franceses, holandeses o portugueses. Desde el punto de vista europeo, es tan sano que un español pueda mandar sobre fuerzas portuguesas como viceversa.

Lo que ocurre es que España intenta en la OTAN resolver algunos de sus propios problemas internos, además de otros externos. Y así, si bien es cierto que el control por parte española de un mando conjunto -es decir, en el que participaran efectivos de Tierra, Mar y Aire- permitiría que por primera vez en nuestra historia las tres armas se integraran en España, las necesidades de la OTAN pueden ser otras, y de hecho apuntan a que las fuerzas navales dependan de un mando de la OTAN, y las terrestres y aéreas, de otro.

En este contexto, resurgen con fuerza los recelos entre España y Portugal, acrecentados por una imperiosa necesidad española de incluir a las Canarias en el "mando español" en la OTAN. Portugal, por su parte, defiende a rajatabla su terreno. Finalmente, está la cínica demanda británica de querer sacar tajada para Gibraltar de su posible cesión del submando aliado en el Peñón. España no tiene por qué ceder en esto, aunque sí demostrar a la Alianza que es capaz de llevar perfectamente a cabo el cometido que antes recaía en manos británicas en la zona del Peñón. El problema para España son más sus aliados europeos que el propio mandamás en la Alianza, Estados Unidos. Pues las conversaciones en Washington del titular de Defensa han resultado, aparentemente, constructivas.

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La ocasión para España de superar su posición anómala en la Alianza es única. Pero debe ir más allá de su propio jardín. El horizonte español en la OTAN parece excesivamente limitado. Incluso contrasta con un deseo irrefrenado, de participar en toda operación militar internacional que se presente, ya sea en Zaire o en Albania. En un país como España, que va, a ser anfitrión, en julio, de la importante cumbre de la OTAN, esta falta de ambición atlántica resulta algo preocupante.

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