Tribuna:

Goteras en el cráneo de un inspector jefe

Hace poco más de dos años, el 21 de noviembre de 1994, cierto magistrado metió en el calabozo a un intérprete (Mohamed Sali), que se había negado a traducir una declaración en lengua bereber. El señor Sali estaba en su derecho, puesto que su contrato con el Ministerio de Justicia sólo le obligaba a traducir árabe y francés, pero este pequeño detalle [tener razón] no le sirvió de mucho: fue regañado, esposado, sacado de la sala y facturado hacia los sótanos de la plaza de Castilla, donde se le permitió reflexionar durante ocho horas. Por fin, pasado este tiempo, un juez de guardia le puso en li...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hace poco más de dos años, el 21 de noviembre de 1994, cierto magistrado metió en el calabozo a un intérprete (Mohamed Sali), que se había negado a traducir una declaración en lengua bereber. El señor Sali estaba en su derecho, puesto que su contrato con el Ministerio de Justicia sólo le obligaba a traducir árabe y francés, pero este pequeño detalle [tener razón] no le sirvió de mucho: fue regañado, esposado, sacado de la sala y facturado hacia los sótanos de la plaza de Castilla, donde se le permitió reflexionar durante ocho horas. Por fin, pasado este tiempo, un juez de guardia le puso en libertad sin cargos. Punto y seguido. Como ocurre siempre, la historia llamó un poquito la atención, se fue diluyendo en el recuerdo y ya no supimos más de aquel asunto hasta que hace unos meses, por sorpresa, alguien dictó una sentencia la mar de ocurrente: habían absuelto al intérprete.Y un caso muy parecido, aunque de características técnicas diferentes, ha vuelto a conocerse en los últimos días. Todo empezó el 28 de noviembre pasado, a las 11.30, cuando 30 vecinos entraron en la Junta Municipal de Villaverde y solicitaron hablar con Nieves Sáez de Adana (concejal del PP) para exponerle los problemas de tres familias del barrio. Como es de rigor, esta mujer se negó a recibirlos, y en señal de protesta seis de los vecinos -y nueve niños con ellos- decidieron presionar y no abandonar el. edificio. A todo esto, andaban por allí las cámaras de Telemadrid y la señora Nieves, astutamente, decidió esperar a que se largaran antes de llamar a la Policía Nacional. Hora del chivatazo: las 15.30.

No la defendieron mal los agentes, no. En especial, el inspector jefe Bienvenido Aragón Sanz -responsable aquel día de la oficina de denuncias-, un verdadero jabato según todos los indicios. Al parecer, el desalojo transcurría sin incidentes y tocaba ya a su fin, cuando alguien advirtió que algunos niños okupas todavía seguían en el interior de la junta (quién sabe si arrinconando tras su escritorio a la señora Nieves). Y entonces se armó la trifulca: que aquí no vuelve a entrar nadie, que sí, que no, que ya está bien, que si mi padre, que si tus muertos, el caso es que ambos bandos se acaloraron y se atizaron un poco. Resultado: tres vecinos detenidos (dos de ellos con heridas leves) y un policía con una contusión abdominal.

En comisaria, sin embargo, reinaba un ambiente más relajado. Tanto, que el comisario Félix Alonso (a quien nadie había informado previamente de los hechos) ordenó tomar declaración a los detenidos y dejarlos luego en libertad. ¡Ja!, como diría Manolito Goreiro; y es que nuestro entrañable inspector jefe, particularmente molesto con los subversivos, tenía su propia opinión al respecto: el calabozo. Y en efecto allí, a escondidas, encerró por su cuenta a los tres vecinos, que no serían puestos en libertad hasta las 1.930 del día siguiente. Un éxito personal del inspector

Qué decir: será un tic, una gotera o un gen defectuoso, pero lo cierto es que algunos "custodios de la ley" a menudo aprovechan su posición para desahogar complejos personales. Se excitan, se sienten más enteros, más satisfechos, parecen disfrutar rindiendo a la gente y verificando que nadie les tose sin pagar un precio. Y algo así, por las trazas, debe pasarle al tal inspector jefe Bienvenido Aragón Sanz, un sujeto que se las prometía muy felices con la mercancía ya empaquetada y que no quiso renunciar a ella, pese a las órdenes recibidas. Mucho ardor me parece, mucha fogosidad, pero de la fea, de la fácil, de ésa que brota en todos los gallitos cuando se saben impunes.

Y si cabe, este caso asusta más que otros. Porque ocurre que el comisario no quiso tragar y denunció lo sucedido. Un hecho curioso, insólito, surrealista y que, por supuesto, no ha servido de nada. Rectifico: ha, servido para que el propio denunciante haya sido trasladado a Pozuelo de Alarcón y también para que este elemento, con forma de inspector jefe, se haya salido una vez más con la suya. Está claro: 9 de cada 10 altos cargos le prefieren a él, y lo sabe.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En