Cartas al director

Desde mi casa

Afortunadamente, le escribo esta carta desde mi casa, aunque si las circunstancias hubieran sido otras, probablemente le escribiría desde la cárcel o incluso desde el otro mundo...Y, afortunadamente, le escribo desde la confortabilidad de mi hogar, porque aquella noche de carnaval, mi cerebro venció a mi corazón e hizo que rehuyese la pelea que aquellos miserables me planteaban.

El hecho ocurrió cuando caminaba disfrazado por las calles de Toledo con una amiga, y unos muchachos comenzaron a. increparme por el mero hecho de llevar una vestimenta que no les debía gustar. Yo intenté conver...

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Afortunadamente, le escribo esta carta desde mi casa, aunque si las circunstancias hubieran sido otras, probablemente le escribiría desde la cárcel o incluso desde el otro mundo...Y, afortunadamente, le escribo desde la confortabilidad de mi hogar, porque aquella noche de carnaval, mi cerebro venció a mi corazón e hizo que rehuyese la pelea que aquellos miserables me planteaban.

El hecho ocurrió cuando caminaba disfrazado por las calles de Toledo con una amiga, y unos muchachos comenzaron a. increparme por el mero hecho de llevar una vestimenta que no les debía gustar. Yo intenté conversar con ellos, para que cambiasen su actitud, y se divirtiesen, como todo el mundo en esa noche mágica. Pero como respuesta sólo recibí el cabezazo de uno de ellos que, borracho, no acertó a dar en el lugar al que apuntaba. Enseguida me vi rodeado por ellos, y mi amiga, tirando de mi brazo, logró sacarme de aquel atolladero, sin otro daño que un moratón en el pómulo, algún que otro puñetazo y los insultos que me proferían aquellos jóvenes.

Me pregunto qué hubiese ocurrido si yo hubiese llevado una navaja, o ellos se hubieran ensañado conmigo, no dejándome huir, con el corazón a cien y alguna lágrima rabiosa rodando por mi cara. Seguramente no estaría escribiendo desde mi casa. O quizás ni siquiera estaría.

Por eso quiero trasladar mi solidaridad y apoyo a Rafael B. B., en este mal trago que sin duda estará pasando. El no tuvo la ocasión de acallar su corazón y se defendió como pudo, o como supo, de los ataques de esos "modernos intransigentes" que estropean la animada noche de esta ciudad.

No es que piense que lo que ocurrió aquella noche fuera lo mejor. En absoluto. Pero sí sé que Alberto Guindo y sus amigos se encontraron con un desenlace que no esperaban: ellos eran los atacantes, los fuertes, los violentos, los que golpean primero. Y Rafael B. B. debería ser la víctima asustada, el paleto.

Pero para desesperación de todos, se encontraron con la horma de su zapato. Y lo pagaron caro.

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¡Ya está bien de violencia porque sí! ¿Acaso no puede uno vivir su vida sin entrometerse en la de su vecino? Por favor, acabemos con este horror.-

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