Editorial:

Noticias de la Luna

EN ABRIL de 1994, la pequeña sonda espacial Clementine dirigió su radar hacia el polo sur de la Luna, y más concretamente hacia el enorme cráter Aitken, con amplio diámetro y unos 13 kilómetros de profundidad, en cuyo interior se encuentran zonas a temperaturas inferiores a doscientos grados centígrados bajo cero. El análisis de la señal confirma la hipótesis de que pueda haberse reflejado, sobre una mancha de hielo, posiblemente de varios miles de kilómetros cuadrados de extensión.La Luna no puede retener materiales volátiles, en particular agua, sobre su superficie, como confirmaron l...

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EN ABRIL de 1994, la pequeña sonda espacial Clementine dirigió su radar hacia el polo sur de la Luna, y más concretamente hacia el enorme cráter Aitken, con amplio diámetro y unos 13 kilómetros de profundidad, en cuyo interior se encuentran zonas a temperaturas inferiores a doscientos grados centígrados bajo cero. El análisis de la señal confirma la hipótesis de que pueda haberse reflejado, sobre una mancha de hielo, posiblemente de varios miles de kilómetros cuadrados de extensión.La Luna no puede retener materiales volátiles, en particular agua, sobre su superficie, como confirmaron las observaciones hechas en los vuelos del pasado, pero es posible que en las regiones más oscuras, ahora exploradas, queden restos de agua congelada. La conclusión de los análisis realizados es plausible, aunque no firme, y debe ser verificada, de modo que pueda ser definitivamente confirmada o desechada. Si se confirmara la existencia de agua sobre la Luna, los científicos habrían de preguntarse a continuación por su origen. El agua puede ser parte del material primigenio del que nació o bien puede proceder de cometas que han chocado contra su superficie, como probablemente sucedió en la Tierra.

El dato de la inesperada existencia de agua sobre la Luna ha disparado la imaginación de muchos. No han tardado en discurrir sobre cómo aprovechar la presencia de tan preciado líquido, eso sí, congelado y en, las regiones más inhóspitas de la Luna, para establecer bases habitadas permanentes. Desde otra perspectiva, se ha abierto una posibilidad algo más modesta y, al tiempo, de más largo alcance: la de que existan, o hayan podido existir, en esas manchas de hielo indicios de actividad biológica. Posibilidad a la que empezamos a acostumbramos después de que se haya difundido el hallazgo de lo que podría haber sido una forma de vida primitiva sobre un meteorito procedente de Marte. Tras una época en la que los mayores estímulos para la curiosidad del público han sido los descubrimientos astronómicos relativos a los fenómenos más lejanos y extravagantes del universo -agujeros negros, supernovas o radiación cosmológica de fondo-, de un tiempo a esta parte es la exploración de nuestros más próximos vecinos, los componentes del sistema solar o los posibles planetas girando alrededor de estrellas próximas y parecidas a nuestro Sol, lo que está deparando las mayores sorpresas. El estudio de Júpiter, de Marte o de la Luna seguirá ofreciéndonos información, no sólo de cómo son o cómo se han formado, sino también de los oscuros orígenes de la vida sobre nuestro planeta.

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