Tribuna:

Merienda

Es ese tipo de gente con pátina inglesa que puedes encontrar en la librería Hiperión hojeando alguna novedad en poesía o paseando por el Botánico una tarde de otoño en compañía de su propia y exquisita soledad o buscando viejos grabados en una librería de lance. De hecho yo estaba invitado a merendar en esa casa para celebrar que la mujer había hecho carne de membrillo con la cosecha que había dado el membrillero del jardín. En torno a ese dulce y a otros pasteles caseros e infusiones de hierbas extrañísimas fluía la conversación. Hablábamos del palacio de Cleopatra sumergido, de los salmonete...

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Es ese tipo de gente con pátina inglesa que puedes encontrar en la librería Hiperión hojeando alguna novedad en poesía o paseando por el Botánico una tarde de otoño en compañía de su propia y exquisita soledad o buscando viejos grabados en una librería de lance. De hecho yo estaba invitado a merendar en esa casa para celebrar que la mujer había hecho carne de membrillo con la cosecha que había dado el membrillero del jardín. En torno a ese dulce y a otros pasteles caseros e infusiones de hierbas extrañísimas fluía la conversación. Hablábamos del palacio de Cleopatra sumergido, de los salmonetes que se habrían criado allí entre los pórticos, de la Biblioteca de Alejandría que tal vez no fue incendiada sino también naufragada, hasta el punto que toda la sabiduría acumulada en sus innumerables papiros a merced de las mareas se habría confundido con la pasta de mejillones. Cuando entre nosotros sobrevino el primer silencio alguien de la reunión, que era catedrático de Exactas, trató de demostrar que las matemáticas pueden tranformarse en música y luego otro de los invitados comenzó a explicar el misterio de las sociedades secretas que se formaron en torno a las catedrales góticas. Degustando pasteles caseros e infusiones a veces las palabras se detenían en la calidad del cabello de ángel y después volaban hacia los capiteles de algún templo de Tebas o hacia las bacterias de Marte y en medio de estas delicadezas, de pronto, llegó a la merienda un joven extraterrestre, periodista nervioso, sobrino de los dueños, quien aprovechó una bajada en la plática para introducir de repente los nombres de Arzalluz, de Aznar, de González y Pujol. Se produjo un silencio violentísimo entre los invitados. Muy desolada la mujer que había fabricado el membrillo, exclamó: "Por favor, si es posible yo te rogaría que no pronunciaras esas palabras en esta casa. No estamos acostumbrados". A continuación la charla derivó hacia las primeras ediciones de la Generación del 27 y después se habló del holocausto del Zaire.

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