Editorial:

Desalojo juvenil

EL ASALTO policial al desvencijado cine Princesa de Barcelona, para desalojar a los okupas que se habían fortificado allí, ha enterrado algunas cosas y puede haber despertado un movimiento que, hasta ahora, sólo tenía un romántico aroma libertario.De entrada está el error policial. No aguardaron ni tres días para cumplir sin contemplaciones una orden judicial de desalojo cuando okupas y propietarios, al menos aparentemente, negociaban una salida pacífica al conflicto. Se dieron una incomprensible prisa para salvaguardar una propiedad cuyo uso está pendiente de una sentencia del T...

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EL ASALTO policial al desvencijado cine Princesa de Barcelona, para desalojar a los okupas que se habían fortificado allí, ha enterrado algunas cosas y puede haber despertado un movimiento que, hasta ahora, sólo tenía un romántico aroma libertario.De entrada está el error policial. No aguardaron ni tres días para cumplir sin contemplaciones una orden judicial de desalojo cuando okupas y propietarios, al menos aparentemente, negociaban una salida pacífica al conflicto. Se dieron una incomprensible prisa para salvaguardar una propiedad cuyo uso está pendiente de una sentencia del Tribunal Supremo. Había mucho tiempo, pues, para desenfundar las pistolas, las porras... y el helicóptero. Unos vecinos, testigos del asalto, hablaron de matar moscas a cañonazos. Aunque otros, igualmente testigos, no dejaron en mejor lugar el arsenal okupa. Portavoces policiales, ante los reproches por la dimensión de la batalla, se ampararon en el recuento de bajas para defender que sus pertrechos no eran desproporcionados: "Hemos tenido más heridos que ellos", dijeron. Nadie duda de que no se trataba de sacar 1 a pasear a los siete enanitos y que el asalto a un cine -cuyos accesos están salva guardados con blindajes domésticos- tiene sus dificultades técnicas. Los okupas del Princesa no eran ha rapientos. Había teléfonos móviles y estaba prepara da una dañina pirotecnia para recibir a la policía. Lo que ensombrece la actuación policial es el criterio de oportunidad y su propia dimension.

Los okupas llevaban siete meses en el Princesa. En las últimas semanas, no obstante, su actitud había cambiado. Todo empezó como una ocupación de cuatro paredes inservibles, sometidas además a litigio. En los primeros tiempos hablaban de recuperar este espacio para el barrio. Poco ' a, poco, sin embargo, estas intenciones sé fueron olvidando y cerraron las puertas. Es más, la gente del barrio, que al principio veía con buenos ojos esta aventura, empezó a sufrir' unos vecinos molestos. Seguramente el temor al desalojo empujó a los okupas a organizar una vigilancia callejera con embozados que ahuyentaban a los paseantes, perjudicaban al comercio y daban un aire in tranquilo a la zona. En cualquier caso, se había abandonado el proyecto inicial. Desde el lunes Por la noche se habrá dado munición a quienes quieren llevar a los okupas a un movimiento tribal de lucha contra el llamado sistema. Una lucha radicalizada desde que la ocupación de propiedad ajena ha entrado en el nuevo Código Penal, cuando antes sólo merecía una sanción civil. Se trata de conductas adornada con una imprcisa filosofíoa de la vida que atrae a grupos de jóvenes que, sin pasar apuros, no tienen el dinero, suficiente para pagarse una independencia más cómoda. ahí .que estos okupas no tengan contactos con el mundo de la delincuencia, porque no nacen de la desesperación económica, sino del hastío.Pero el principal problema okupa no está en la gestión del orden público ni en los episodios más llamativos de los grupos mejor organizados. El verdadero problema okupa ni tan siquiera lleva este apellido. En Europa puede haber hasta cinco millones de personas sin techo fijo, y de ellas un 70% es menor de 40 años. Antes que cualquier desalojo policial se produce el desalojo social de unos jóvenes para quienes una vivienda, por razones de precio, es una quimera. Obligados a la, pernocta en casa de los padres, restrictiva en cuanto a movimientos por tolerante que sea, sin trabajo ni horizontes, se refugian en cobijos abandonados de los que a menudo, el propietario se acuerda cuando los ve habitados por intrusos. No se trata para nada de negar el- derecho a la propiedad ni tan siquiera de sermonear a quienes lo reclaman sólo por principio. Se trata de hacer unas políticas sociales -laborales, de vivienda...- que puedan dar respuesta a este tremendo desalojo de la sociedad.

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