Los belgas apoyan las llamadas en defensa del juez del 'caso Dutroux'

La frustración se ha convertido en rebeldía espontánea. Miles de belgas se echaron ayer a la calle en todo el país para protestar por la inhabilitación del juez Jean-Marc Connerotte, apartado del caso Dutroux por el Tribunal Supremo al considerar incompatible con la imparcialidad la asistencia del magistrado a una cena con los familiares de las víctimas del pederasta Marc Dutroux

Los belgas se debatían ayer entre la fría calma recomendada por unos y la defensa de la voluntad popular por encima del imperio de la ley clamada por otros. Los primeros han salido, de momento, ampliamente derr...

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La frustración se ha convertido en rebeldía espontánea. Miles de belgas se echaron ayer a la calle en todo el país para protestar por la inhabilitación del juez Jean-Marc Connerotte, apartado del caso Dutroux por el Tribunal Supremo al considerar incompatible con la imparcialidad la asistencia del magistrado a una cena con los familiares de las víctimas del pederasta Marc Dutroux

Los belgas se debatían ayer entre la fría calma recomendada por unos y la defensa de la voluntad popular por encima del imperio de la ley clamada por otros. Los primeros han salido, de momento, ampliamente derrotados. El país se ha convertido en una amalgama de protestas espontáneas por los cuatro costados, pero por encima de este escenario, mezcla de histeria, de populismo y de legítima indignación, ha surgido la figura impresionante de Nabela Benïssa, hermana de la pequeña Loubna, una de las niñas que aún se encuentran desaparecidas. Ella, aún adolescente, tan tocada por el dolor y con tanta fuerza moral como el que más, ha logrado mantener la calma y ha puesto a muchos en su sitio: "Estoy satisfecha. Hemos perdido al juez, pero hemos logrado que el caso siga en Neufchâteau". Hemos conseguido lo más importante".Su calma contrasta con la reacción de muchos de sus conciudadanos. Los bomberos rociaron con agua el Palacio de Justicia de Lieja "para limpiar la justicia de una vez". Los obreros de Volkswagen abrieron ya en la noche del lunes en Bruselas una serie de pequeñas huelgas espontáneas imitadas en otras empresas. Los conductores de autobuses pararon en Mons y en Tournai. Los estudiantes se echaron a la calle en Amberes y en Charleroi. Ciudadanos de todos los estratos sociales han desfilado con pañuelos blancos en Jumet, en Nivelles y en Neufcháteau. En todas partes.

"El pueblo debe tener razón. Hay dos justicias: la de los ricos y la de los pobres. No somos trabajadores, somos padres y ciudadanos indignados. Si esto no cambia vamos a movilizar toda Bélgica. No estoy orgulloso de ser belga", proclaman algunos, descargando sobre el Tribunal Supremo la frustración y el desencantó acumulados durante años. Todo el país se ha conjurado para presentarse el domingo en Bruselas. La marcha sobre la capital se ha tomado en el último y desesperado intento de mantener al juez Connerotte en su puesto. Hasta el ferrocarril ha ofrecido tarifas reducidas para acudir a la capital belga el día 20. Todo en la última oportunidad para lograr lo que jamás se ha visto en la historia judicial de Bélgica: que se revoque una decisión del Tribunal Supremo.

De momento, el ministro de Justicia, Steefan De Clerck, anunció ayer que serán dos jueces quienes sustituyan a Connerotte en la instrucción del caso Dutroux.

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