Kabul, al filo de la muerte clínica

En la bella capital Afgana sólo quedan kilómetros y kilómetros de esqueletos horadados y calcinados

Kabul vivía al borde de la muerte clínica desde la caída del régimen procomunista de Mohamed Najibulá, en abril de 1992. Hasta la conquista el jueves pasado por la milicia ultraintegrista talibán, en la capital afgana rivalizaban con mentalidad medieval, pero con la violencia mortífera de las armas modernas, varios grupos armados de distinta composición étnica y enfoque religioso, liderados por señores de la guerra sin escrúpulos.Con la puntualidad de un reloj suizo, a media mañana, las baterías de cohetes batían el sur de Kabul, la ciudad más devastada y minada del mundo, muy cerca...

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Kabul vivía al borde de la muerte clínica desde la caída del régimen procomunista de Mohamed Najibulá, en abril de 1992. Hasta la conquista el jueves pasado por la milicia ultraintegrista talibán, en la capital afgana rivalizaban con mentalidad medieval, pero con la violencia mortífera de las armas modernas, varios grupos armados de distinta composición étnica y enfoque religioso, liderados por señores de la guerra sin escrúpulos.Con la puntualidad de un reloj suizo, a media mañana, las baterías de cohetes batían el sur de Kabul, la ciudad más devastada y minada del mundo, muy cerca del hospital de guerra Kartese, auxiliado por la Cruz Roja Internacional. Los heridos llegaban caminando o a lomos de familiares y amigos.

"En los dos últimos años, el número de víctimas de los bombardeos ha descendido al mismo ritmo que se ha disparado el de heridos por explosiones de minas", dijo el doctor Abdul Fatah Labib, subdirector del hospital. A su lado, Qudous, de 18 años, acariciaba con ternura a su hermana Tamana, de tres. La explosión de un proyectil destrozó su casa y mató a su madre y a otra hermana pequeña.

Kabul no sufrió fisicamente la invasión soviética. Los invasores consiguieron formar varios anillos de seguridad a lo largo de una ciudad que se extiende sobre una superficie de 50 kilómetros cuadrados. Los guerrilleros islámicos no consiguieron entonces estrangular la capital. Hoy la población se ha reducido a la mitad, de 1,5 millones de personas a 700.000. Los campesinos huyeron tras los infernales duelos de artillería de los últimos meses. Desde abril de 1992, han muerto más de 45.000 personas.

El pasado invierno fue un horror. Asediada, con los sistemas eléctrico y de agua destruidos, incomunicada telefónicamente, y sin posibilidad de recibir durante meses medicinas, comida o gasolina, los kabulíes vivieron al borde de la extenuación hasta la primavera, cuando acuerdos militares entre distintas facciones permitieron desminar las carreteras y la entrada de convoyes de organizaciones humanitarias.

"Aquí había, aquí había", es la expresión nostálgica utilizada por les kabulíes para describir su ciudad. De lo que fue Jada-i-Maiwand, conocida como los Campos Elíseos, y de otras bellas avenidas, sólo hay ruinas, kilómetros y kilómetros de esqueletos horadados y calcinados.

Afganistán es un país sin acceso al mar, pero con una posición estratégica envidiada por sus vecinos. Situado al noroeste de Asia, tiene largas fronteras con Irán, Pakistán y las ex repúblicas soviéticas de Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán. Un pequeño corredor de 100 kilómetros le permite acceder a China. Afganistán es un testigo de excepción del conflicto eterno entre Pakistán e India.

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Esta guerra, que dura ya 17 años, obedece no sólo a intereses étnicos, sino a una lucha por el control comercial de las rutas de Asia Central. En esa amplia zona, donde viven más de 50 millones de musulmanes, hay grandes riquezas naturales y eternos conflictos étnicos que han despertado de un largo sueño tras el desmoronamiento de la URSS.

El tráfico de drogas, especialmente de la heroína, y el de armas, hacen aún más codicioso "el pasillo afgano". Según la ONU, el 70% de la heroína que se consume en Europa llega desde el país asiático. Según los cambistas en el mercado negro del afgani, la moneda nacional, que se devaluaba cada hora (300% en lo que va de año), el dinero venía de Moscú. En las noches silenciosas, oscuras y bajo el toque de queda, se distinguía nítidamente el ruido de grandes aviones de transporte. Aterrizaban en el aeropuerto militar de Bagram, a 50 kilómetros al norte de la capital, utilizado también por los vuelos comerciales y humanitarios, ya que el aeropuerto internacional de Kabul se cerró hace más de un año, cuando quedó al alcance de las piezas de artillería de los talibanes. Una decena de técnicos rusos trabajaban el mes pasado en el aeropuerto de Bagram, según vecinos de la zona, que dijeron que cada día aterrizaban al menos cuatro aviones de transporte procedentes de Tayikistán, de Rusia y Ucrania repletos de armas, carburante y dinero afgano impreso en Moscú.

Afganistán, que sufrió la última gran batalla de la guerra fría entre las dos grandes potencias, es hoy caldo de cultivo de varias potencias regionales que arman y protegen a sus peones afganos.

Pakistán, con el apoyo financiero de Arabia Saudí, da soporte a los talibanes después de desechar por incapacidad a Gubuldin Hekmatyar, líder de Hezbi Islami y primer ministro en Kabul hasta su huida el pasado jueves. Irán, India, Rusia e incluso China respaldaban políticamente al derrocado Gobierno de Burhanudin Rabani. Pero Pakistán ha comenzado a sufrir las consecuencias del demonio islámico creado a partir de la resistencia afgana. El flujo islámico penetra en la permeable sociedad paquistaní, muy especialmente entre los jóvenes que comienzan a creer en la cultura del kaláshnikov para desestabilizar el Pakistán urbano", señaló un analista paquistaní.

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