Tribuna:

El pesar y la gran idea

Quedará en alguna zona portuaria la cámara de descompresión para buzos, un artefacto cuya función mutatis mutandi es hoy de notable utilidad para patricios socialistas. Para pronto es previsible la aparición de libros con balance del socialismo en España, sus dosis de corrupción, sus gentes y sus logros. En todo epílogo con credibilidad se percibirá una inquietud sin nombre, una cierta angustia: según parece, eran efectos propios de la campaña de descompresión. Abundárán las memorias de hombres de acción transformados en penintentes a su pesar, ajenos a los desmanes y hurtos de otros, p...

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Quedará en alguna zona portuaria la cámara de descompresión para buzos, un artefacto cuya función mutatis mutandi es hoy de notable utilidad para patricios socialistas. Para pronto es previsible la aparición de libros con balance del socialismo en España, sus dosis de corrupción, sus gentes y sus logros. En todo epílogo con credibilidad se percibirá una inquietud sin nombre, una cierta angustia: según parece, eran efectos propios de la campaña de descompresión. Abundárán las memorias de hombres de acción transformados en penintentes a su pesar, ajenos a los desmanes y hurtos de otros, pero con el fuste de responsabilidad política exigible para asumir lo que corresponda.Los que antes de gobernar usaban el lenguaje de la utopía, gobernaron con el lenguaje del poder, para luego verse condenados a una pesarosa inarticulación en la que la apelación weberiana a la ética de la responsabilidad había quedado desbordada por un caudal de dimisiones, encausamientos, escándalos y sospechas. Ha sido algo más que la desilusión del radicalismo, la reconversión a la retórica de gestión o el tacto áspero del, muro cuando uno se desliza en la penumbra para proteger la seguridad del Estado. Al PSOE le corresponde penar y oponerse, un equilibrio de acciones de por sí difícil sin que haga falta añadirle otro requerimiento: renovar ideas, pulir el utillaje, otear el horizonte.

El caso es que la derecha no anda sobrada de ideas, pero vemos que la izquierda hoy por hoy no tiene fuerzas para otra cosa que arrimarse a las ideas de la derecha. Es el caso del laborista Tony Blair, por ejemplo, en Gran Bretaña o de Bill Clinton en Estados Unidos. Extraño modelo para la izquierda europea sería un partido demócrata norteamericano cuando Bill Clinton ha pasado a ser de "nuevo demócrata" a "viejo republicano" camuflado de demócrata. En peores circunstancias está la socialdemocracia alemana, en fase lunar de radicalización y verbalismo. También el futuro del Olivo italiano resulta aleatorio. A juzgar por la trayectoria de los socios recién admitidos en la Internacional. Socialista, la izquierda sucumbe más de lo suponible a viejas inercias, sin que en sus laboratorios de ideas resuene un jubiloso "eureka" entre matraces y combinaciones de mercado y participación, globalismo. y Estado providente.

En realidad, los gobernantes del PSOE no han anulado por completo una cierta propensión general a desconfiar del sistema capitalista, pero en definitiva tampoco lo trataron con saña desmedida. Creció el sector público, creyeron que la música de los tiempos necesitaba la letra de una cierta permisividad. No en vano de jóvenes habían querido cambiar la vida y el Mundo. Fue eso "moverse por el cambio", pero incluso antes de aquellas elecciones rockeras a algunos ya les faltaba poco para descubrir las delicias de la ópera.

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A la izquierda. europea, los nuevos populismos les pillaron desprevenidos. Ahora perciben que la globalización a la larga impide políticas fiscales benévolas en un solo país, lo que algunos todavían llaman "solidaridad", y que viene a ser el acoso permanente a las clases medias. Un poco demasiado tarde, también comprenden la necesidad de sistemas educativos mucho más rigurosos y exigentes, fundamentados en la legitimidad del mérito. Ante los arcanos del pool de soberanías nacionales que ensaya la Unión Europea, los socialdemócratas pisaron el acelerador en tándem con los democristianos, para verse todos en un campo de juego cuyo árbitro es el déficit, con las disposiciones reglamentarias de la unión monetaria.

El vendaval de corrupción y quiebra moral vivido en los últimos años del felipismo no habrá contribuido a sedimentar el conjunto de costumbres y modos de cultura que sustentan una democracia con tanta garantía como el sufragio. Si el humor se convierte en la única vía de escape para el ciudadano, regresamos a un senequismo de supermercado que no deslinda lo corrupto de lo institucional, lo de ahora con lo de siempre, lo mismo de lo mísmo con lo que vaya a venir.

Haber aportado elementos para que en casinos y bares se den por eternas y naturales las concomitancias entre la política y la picaresca aumenta los riesgos de regresión democrática, en plenas representaciones de la judicatura y del circo mediático. Pronto puede suceder que, aun cuando la justicia no haya resuelto en todos los casos, para algunos socialistas impacientes y ajenos a la corrupción el olvido en cualquier momento le gane al pesar, tentación humana cuando se es personalmente inocente y se sabe que los pueblos también olvidan. Que el olvido prepondere ante el pesar no es, de todos modos, el método más justo ni eficaz para metabolizar la culpa, oponerse en el Parlamento e intentar saber lo que hoy es la socialdemocracia. Al socialismo español le faltan varias etapas de una reencarnación ética, como le falta al socialismo la gran idea, una idea lo suficientemente-ambigua y más o menos impracticable para ir. saliendo de la campana de descompresión y sentirse positivamente cargado de futuro.Valentí Puig es escritor.

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