Reportaje:

Un nombre en la la pizarra

Un monte negro domina el pueblo mas recóndito de la sierra, llamado antaño Puebla de la Mujer Muerta

ANDRÉS CAMPOSJulio Cortázar, que gozaba como un salmón nadando contra modas y corrientes, desconfíaba del súbito amor que los ciudadanos sienten hoy por la naturaleza. "Todo parece consistir", decía, "en quedarse una y otra vez como estúpidos delante de una colina o una puesta de sol, que son las cosas más repetidas imaginables". Julio garantizaba al lector que nunca hallaría "un escenario natural que resista más de cinco. minutos a una contemplación ahincada, y en cambio sentirá abolirse el tiempo en la lectura de Teócrito o de Keats,, sobre todo' en los pasajes donde aparecen escenarios natu...

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ANDRÉS CAMPOSJulio Cortázar, que gozaba como un salmón nadando contra modas y corrientes, desconfíaba del súbito amor que los ciudadanos sienten hoy por la naturaleza. "Todo parece consistir", decía, "en quedarse una y otra vez como estúpidos delante de una colina o una puesta de sol, que son las cosas más repetidas imaginables". Julio garantizaba al lector que nunca hallaría "un escenario natural que resista más de cinco. minutos a una contemplación ahincada, y en cambio sentirá abolirse el tiempo en la lectura de Teócrito o de Keats,, sobre todo' en los pasajes donde aparecen escenarios naturales".

Encaramado en la cima de Peñalacabra, a 1.83,4 metros sobre el nivel del mar, el excursionista no tiene a mano ningún volumen de Teócrito o de Keats, sino un bocadillo de jamón, así que no se le puede reprochar que dé rienda suelta a su estupidez contemplando con ahínco el panorama durante cinco minutos. El primero lo dedica a otear las moles pardas de Somosierra, las orondas barrigas de las tres provincias -Madrid, Segovia y Guadalajara- que en este extremo norte se tocan. Vuélvese luego hacia Levante y consagra el segundo a escudriñar el caserío de la Puebla, dédalo minúsculo de pizarra circundado de más y más pizarra, serrijones enteros de pizarra afilando al viento sus crestas como guadañas.

En adivinar el curso del Lozoya, desde sus veneros en Peñalara hasta el embalse del Atazar, se le van tercero y cuarto. Y el quinto minuto, que aún le sobra, el excursionista entorna los ojos porque no le cabe tanta sierra dentro de la molondra, estúpido él, aunque feliz.

Encaramado en la cima de Peñalacabra, el excursionista no recuerda haber leído a Teógrito ni a Keats, pero sí a don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, conde del Real de Manzanares, señor de Hita y de la amurallada Buitrago, donde el noble poeta castellano vio una mañana "guardar muy grant cabaña / de vacas moga fermosa. / Si voluntat no m'engaña, / no vi otra más grariosa: / si alguna desto s'ensafia, / lóela su namorado". Como también recuerda haber leído viejos relatos de montañeros madrileños en los que se habla de la Puebla de la Mujer Muerta, pues tal parece ser el nombre que recibía antaño la Puebla de la Sierra.

El excursionista no entiende por qué le trocaron la gracia al lugar. La Puebla de la Sierra es, a su entender, un topónimo sin carácter. La Puebla de la Mujer Muerta, en cambio, suena tremendo, como escrito por un rayo en la negra pizarra de estas cumbres desoladas. Es (o era) un nombre de leyenda: la que evoca a aquella princesa serrana de la que se enamoró Apolo y a la que mató su celoso padre, el rey de La Losa, por no verla en brazos de otro. Una leyenda que dice que Apolo, al descubrir el filicidio, tomó el cuerpo yerto de su amada y se lo llevó, volando a la otra punta de la sierra, y en el pueblo más recóndito lo enterró. Ese pueblo es (o -era), la Puebla de la Mujer Muerta.

Encaramado en la cima de Peñalacabra a la que se ha subido cómodamente desde el puerto de la Puebla, o de Cerro Montejo, por el cordal que se extiende hacia el sur, el excursionista piensa en lo mucho que está cambiando esta sierra pobre, que ya casi parece de ricos: chalés de pizarra flamantes, antenas de telefonía móvil... Puebla de la Sierra ya no es el non plus ultra. Tiene un atasco permanente y festivo de todoterrenos en sus callejuelas.

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Mas lejos, imposible

Dónde. Puebla de la Sierra está a 105 kilómetros de la capital. La marcha, no. obstante, ha de iniciarse unos kilómetros antes 'en el puerto de la Puebla o de Cerro Montejo, al que se llega por la carretera de Burgos (A- l), tomando el desvío a Gandullas (M-127) que hay pasado Buitrago de Lozoya y luego la pista del puerto desde Prádena del Rincón. Hay que ir en coche, pues los autobuses de Continental Auto sólo. llegan hasta Prádena.Cuándo. Salvo en invierno, que la nieve puede impedir incluso el acceso en coche al puerto, cualquier época es buena para acometer esta marcha de tres horas de duración'. El camino es facilísimo, siempre por la cresta que corre hacia el sur: cerro Portezuela 20 minutos; collado de la Tiesa, 40 minutos; Peñalacabra, 1,30 horas.Quién. El personal del Ayuntamiento de la Puebla da información en el teléfono 869,72 54. El Centro de Recursos de Montaña, sito en Montejo ( 869 70 58), gestiona el alquiler de alojamientos turísticos en Puebla de la Sierra.Y qué más. Una descripción pormenorizada de esta ruta se hallará en la guía de Domingo Pliego Excursiones fáciles por la provincia de Madrid, editada por Desnivel.

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