Tribuna:

Control de plagias

Regular lo irregular, reglamentar lo irreglamentario, domesticar lo indomable, someter al insumiso, adaptar al inadaptado, codificar, administrar, parcelar, tales son las tareas de la autoridad competente, su razón de ser, la esencia de su propia función autoritaria. No hay nada tan lesivo para la autoridad como la existencia de organizaciones espontáneas, de iniciativas surgidas desde abajo, sin su permiso ni su beneplácito, iniciativas que ponen en tela de juicio su "imprescindibilidad". El abuso de autoridad se caracteriza siempre por la invasión de las parcelas más íntimas de la vida de lo...

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Regular lo irregular, reglamentar lo irreglamentario, domesticar lo indomable, someter al insumiso, adaptar al inadaptado, codificar, administrar, parcelar, tales son las tareas de la autoridad competente, su razón de ser, la esencia de su propia función autoritaria. No hay nada tan lesivo para la autoridad como la existencia de organizaciones espontáneas, de iniciativas surgidas desde abajo, sin su permiso ni su beneplácito, iniciativas que ponen en tela de juicio su "imprescindibilidad". El abuso de autoridad se caracteriza siempre por la invasión de las parcelas más íntimas de la vida de los ciudadanos, obligadas a someterse a la preceptiva autorización de la jerarquía.La mera supervivencia, por ejemplo, del Rastro madrileño como bazar asilvestrado y autorregulado es un desafío, un reto inadmisible para cualquier autoridad que se precie de serlo. El hecho de que haya podido funcionar secularmente contra vientos burocráticos y mareas municipales es una espinita clavada en el corazón de los corregidores, que sufren lo suyo cuando se ven incapacitados para efectuar sus correcciones. Una rígida aplicación de la normativa, de cualquier normativa, sobre la caótica y polimorfa actividad de este anárquico zoco, característico y emblemático, castizo y arabizante, acabaría con él. La autoridad lo sabe, pero no puede reprimir sus instintos represores y constreñidores, por eso dictamina, regula y sanciona sobre el papel reestructuraciones y modificaciones, a sabiendas de que serán convenientemente ignoradas, eludidas o transgredidas en la praxis cotidiana del Rastro, cimentada desde siempre en un tira y afloja permanente entre ambas partes, entre guardias y guardados, relaciones basadas en un trato discrecional y pragmático con mucha "vista gorda" y no poca mano izquierda.

Así ha sido siempre, las autoridades municipales, al margen de su adscripción política, no han podido evitar la tentación suprema de imponer su nuevo orden sobre el secular desorden que impera todos los domingos en las riberas de Curtidores, han salvado la cara, pero han terminado por resignarse ante el prolífico caos del Rastro y sus inescrutables mecanismos. Así había sido hasta ahora, pero hoy la autoridad municipal competente y vigente parece dispuesta a desmarcarse de las tradiciones.

Dentro de esta malsana tendencia cabe incluir también el reciente intento de restringir y cuadricular las actividades artísticas, artesanales o esotéricas que con relativa libertad se desarrollaban hasta ahora en el parque del Retiro. Los ediles municipales, en el ejercicio de sus prerrogativas legales, parecen dispuestos a someter a sus burocráticos designios a los retratistas y a los malabaristas, mimos, titiriteros, echadores de cartas, músicos ambulantes y demás especies bullidoras afincadas al borde del estanque, bajo las copas de los árboles y en la proximidad de los parterres, especies que han proliferado en demasía. para el gusto de los corregidores, que los contemplan como una plaga endémica, una floración impetuosa que hay que podar y encauzar a golpe de licencia y de matrícula.

Las relaciones entre la autoridad municipal uniformada y los insumisos vendedores del Rastro funcionaron durante mucho tiempo a base de un fórmula heterodoxa, herencia y reflujo de la picaresca nacional. Llegaba el guardia, imponía la multa, cobraba, saludaba llevándose la mano a la visera de la gorra, y el infractor, con su resguardo correspondiente, seguía dedicándose a su actividad comercial, consciente de que había pagado su impuesto, su peaje, contribuyendo por vía de apremio a engrosar las arcas municipales con su óbolo.

En la regulación de las actividades lúdico-artísticas del parque del Retiro se debe recurrir a otros métodos, adaptar los últimos avances tecnológicos en el control y erradicación de plagas, prescindir incluso de papeleos obsoletos y documentos farragosos. Un simple chip implantado en el lóbulo de la oreja, como los que porta hoy la población perruna domesticada, bastaría para mantener bajo control a esta peligrosa fauna asilvestrada. Un sistema indoloro y eficaz que con el tiempo, si los resultados son positivos, podría extenderse al resto de la población de la urbe para tenernos a todos ubicados y situados sobre el mapa, censados y anillados por nuestro bien, que es el bien común que con tanto empeño procuran nuestros munícipes.

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