Tribuna:

Tal como éramos

Los tiempos de crispación no han desaparecido del todo y ahí están las declaraciones de Barrionuevo, en su proceso abierto ante la opinión pública contra Garzón, para recordarnos cuál fue fue su origen y cuál la distribución de papeles. Es envidiable la condición de estos jueces de la Audiencia Nacional que tienen el privilegio de tratar con patrióticos terroristas, políticos enfangados y narcotraficantes, que no pueden responder en público a las imputaciones que vierten sobre ellos (si hablan en privado, se lo filtran) y además reciben cartas-bomba de los agradecidos por sus servicios. Son, c...

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Los tiempos de crispación no han desaparecido del todo y ahí están las declaraciones de Barrionuevo, en su proceso abierto ante la opinión pública contra Garzón, para recordarnos cuál fue fue su origen y cuál la distribución de papeles. Es envidiable la condición de estos jueces de la Audiencia Nacional que tienen el privilegio de tratar con patrióticos terroristas, políticos enfangados y narcotraficantes, que no pueden responder en público a las imputaciones que vierten sobre ellos (si hablan en privado, se lo filtran) y además reciben cartas-bomba de los agradecidos por sus servicios. Son, ciertamente, jueces estrella, pero me atrevo a pensar que ellos desearían serlo un poco menos y desarrollar su trabajo sin la presión -y la falta de respeto permanente de inculpados, abogados defensores y prensa- que reciben en nuestro país. La protección recibida del Consejo General del Poder Judicial ha sido a todas luces insuficiente y en este caso los perdedores no son sólo ellos, sino la propia democracia. En la España de hoy no existe el riesgo de que sé haga justicia y perezca el mundo: sólo haciendo justicia en los grandes casos pendientes podrán situarse las instituciones democráticas en un curso regular de funcionamiento.Fuera de eso, las aguas han vuelto a su cauce. El PSOE reencuentra su papel histórico de defensor de los trabajadores, va dándole la vuelta paulatinamente a la imagen de su política económica que al parecer fue de centro-izquierda (Touraine dixit) y denuncia con notable agresividad contra las personas cada flanco débil en la política del PP. Por su parte, el PCE va aún más allá, reconstruyendo en lo posible el internacionalismo proletario para luchar contra Maastricht; incluso se siente con vigor para lanzar puntada tras puntada contra la moderación de los sindicatos, a quienes recuerda el deber de la huelga general (Alcaraz), desde una perspectiva de desenmascara miento con fondo años 30. En fin, los sindicatos están, como casi siempre, solos, ante un diseño de política económica neoliberal que apunta a una desregularización todavía más profunda del mercado de trabajo. Los diálogos sin contenido no sirven.

En cuanto al Partido Popular, ha ofrecido ante todo un ejemplo de continuidad y de modernización de las élites gobernantes. Es como si desorientados por la pésima situación en que les colocó el propio dictador Franco de cara a la transición, los grupos dominantes hubieran dejado pasar forzosamente una generación, enviando sus retoños a centros educativos no contaminados por el cambio (desde el bastión de Derecho en la Complutense a instituciones prestigiosas del exterior) para que así es tuviesen en condiciones de recuperar el poder cuando la clase política forjada en el antifranquismo se desgastase. Pilar del Castillo es aquí la excepción que confirma la regla. Por lo demás, los equipos de gobierno designados por Aznar, empezando por él mismo, descubren ante cualquier observador superficial la fuerza de esa continuidad. Los más sobresalientes apellidos "juntados" del franquismo, con lo que ello expresa de vocación aristocrática, están ahí: los Arias-Salgado, Fernández Cuesta, Calvo-Sotelo, Ibáñez-Martín. Y a su lado, un aroma profundo a la oligarquía que procedente de la Restauración alcanza hasta los años 60, experimentando entonces la renovación tecnocrática alentada por el Opus Dei. En realidad no perdieron el poder económico ni social; es lógico que hayan recuperado la gestión política. Tanto en los años 20 como en los 60, sus antepasados inmediatos optaron por el autoritarismo; hoy son tiempos de democracia y de liberalismo económico, que facilita el enlate con la patronal y consolida la dominación de clase. El pulso está echado.

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