Editorial:

Un centrismo a prueba

LA COMPOSICIÓN del primer Gobierno de Aznar plantea algunas dudas sobre el giro hacia el centro comprometido en su discurso de investidura. Parece, en cualquier caso, un centro menos rotundo del que presumió ayer Aznar en su primera comparecencia ante los medios de comunicación como presidente del Gobierno. El Partido Popular gobernará con un programa pactado con los nacionalistas, de duración y geometría variable para cada aliado, y que, en muchos aspectos, no es el votado el 3-M por su electorado. El discurso de investidura reflejaba la necesidad de apertura al mundo exterior impuesta...

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LA COMPOSICIÓN del primer Gobierno de Aznar plantea algunas dudas sobre el giro hacia el centro comprometido en su discurso de investidura. Parece, en cualquier caso, un centro menos rotundo del que presumió ayer Aznar en su primera comparecencia ante los medios de comunicación como presidente del Gobierno. El Partido Popular gobernará con un programa pactado con los nacionalistas, de duración y geometría variable para cada aliado, y que, en muchos aspectos, no es el votado el 3-M por su electorado. El discurso de investidura reflejaba la necesidad de apertura al mundo exterior impuesta por esa circunstancia. La composición del Gobierno podía haber traducido mejor esa apertura en la inclusión de independientes más significativos o de sectores del PP menos ligados al aparato. Finalmente, y en puestos clave, Aznar ha optado por reforzar su presidencia con los nombres que desde la dirección le han acompañado en su ascenso hasta La Moncloa.Es cierto que la presencia de ministros como Mayor Oreja, Rafael Arias o Eduardo Sería avala la voluntad de acreditar un perfil centrista y abierto al entendimiento con la oposición: los tres se iniciaron políticamente con UCD, y el tercero incluso fue alto cargo de la Administración socialista. En la misma dirección cabe considerar la no presencia de ministrables como Trillo y Álvarez de Miranda, estratégicamente desplazados a otros destinos. La inclusión de fraguistas como Isabel Tocino, Loyola de Palacio o Romay recuerda que el PP sigue teniendo unas claras referencias en Alianza Popular y sobre todo en su fundador, Fraga Iribarne.Tampoco es buen augurio de tolerancia la presencia de Margarita Mariscal en Justicia, con etiqueta de independiente, pero claramente situada en la derecha, como elocuentemente ha demostrado con su actitud en el Consejo General del Poder Judicial. Y la de Esperanza Aguirre, ex responsable del área de cultura en el Ayuntamiento de Madrid, revela la idea no muy elevada que (le esa actividad domina en la calle de Génova, la sede central del PP. En fin, ¿alguien imagina a Isabel Tocino, responsable de Medio Ambiente, negociando con una coordinadora ecologista? Y si la presencia de cuatro mujeres es relevante, no puede dejar de llamar la atención que se consideren sustituibles entre sí dos personas de perfil tan diferente, como Pilar del Castillo, que rechazó la oferta, e Isabel Tocino, al parecer sugerida por Fraga a última hora. ¿No es eso aplicar la cuota femenina al margen de la cualificación profesional, como acusaron de hacer a los socialistas?

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Pero más allá de antecedentes y biografías, el Gobierno que hoy jurará ante el Rey está basado sobre todo en cuatro vigas maestras: Rodrigo Rato, Francisco Alvarez Cascos, Javier Arenas y Mariano Rajoy; a los que desde hace algún tiempo se han unido Jaime Mayor, promovido a una de las vicepresidencias del partido en su último congreso, y Rafael Arias, consejero privilegiado del número uno.

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Álvarez Cascos y Rato, los dos vicepresidentes, coordinarán las áreas política y económica del Gobierno, respectivamente. Si hay que juzgar por, sus antecedentes, el primero ha logrado ganarse a pulso una nítida imagen (le derecha pura y dura, propiciada por excesos verbales más que discutibles. Desde algunos sectores se subraya, sin embargo, su condición de político profesional, conocedor de ese oficio y capaz, por tanto, de actuar en diferentes claves; y se recuerda que en tiempos de Suárez los ministros azules, profesionales, de la política, resultaron a la larga, por su pragmatismo, interlocutores más abiertos. Rato también ha demostrado profesionalidad en sus relaciones con otros partidos. Más brillante que Aznar en muchas ocasiones, si no ha llegado a excitar la desconfianza de éste es porque nadie duda de su vocación de número dos. Esa confianza de su jefe, y su propio pragmatismo, se han puesto de relieve en las negociaciones de los pactos con los nacionalistas.

El prestigio de Jaime Mayor Oreja dentro y fuera de su partido se debe sobre todo a la sensatez de sus pronunciamientos sobre el terrorismo y asuntos conexos. También Rajoy es una persona moderada. Ambos deberán lidiar los dos problemas más delicados del momento: la lucha contra un terrorismo recrecido por la crisis de Interior y el difícil encaje de las cesiones pactadas con los nacionalistas con el proyecto de cierre del proceso autonómico planteado por el PP. En cuanto a Javier Arenas, quizá su viaje de ida y vuelta a Andalucía tan cerca de los efectos del antes denostado PER, le hayan aportado una sensibilidad para el diálogo social que todos ignorábamos. La presencia del empresario catalanista Josep Piqué puede considerarse un guiño de Aznar no tanto hacia Pujol como hacia el conjunto de la burguesía catalana; y la del también empresario Matutes, hasta 1994 uno de los dos representantes de España en la Comisión Europea, como un gesto indicativo de la voluntad de continuidad en política exterior y especialmente de su componente europeo.

Por lo demás, la negativa de Aznar -en su comparecencia para presentar el Gabinete- a definirse sobre los asuntos que preocupan a la opinión pública mantiene abiertas las incógnitas que quedaron colgando tras la investidura. Durante años se le reprochó mantenerse en la indefinición por temor a disgustar a algún sector de su heterogéneo electorado. Hoy, instalado en La Moncloa y con un Gobierno ya nombrado, siguen existiendo más preguntas que respuestas. Las definiciones, a lo que se ve, tardan en llegar.

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