Reportaje:EXCURSIONES: LAS CABRERAS DE SAN JUAN

El faro de occidente

Un macizo granítico de más de mil metros de altura domina la mayor superficie de agua de la región

Al oeste de Madrid, en los confines de esos 8.000 kilómetros cuadrados de meseta que los recaudadores de impuestos han dado en llamar provincia, región o comunidad autónoma de lo mismo, entre las sierras de Gredos y del Guadarrama, erígense montículos señeros que son atalayas de indecible soledad: peñas de Cadalso y Cenicientos, cerros de Almerana y del Almojón, riscos de las Cabreras, que se espejan sobre las aguas del embalse de San Juan.

Rondan las Cabreras los mil metros de altura, que no son nada si se comparan con las cimas estratosféricas del Almanzor o de Peñalara, pero que ...

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Al oeste de Madrid, en los confines de esos 8.000 kilómetros cuadrados de meseta que los recaudadores de impuestos han dado en llamar provincia, región o comunidad autónoma de lo mismo, entre las sierras de Gredos y del Guadarrama, erígense montículos señeros que son atalayas de indecible soledad: peñas de Cadalso y Cenicientos, cerros de Almerana y del Almojón, riscos de las Cabreras, que se espejan sobre las aguas del embalse de San Juan.

Rondan las Cabreras los mil metros de altura, que no son nada si se comparan con las cimas estratosféricas del Almanzor o de Peñalara, pero que bastan y sobran para asomarse sin estorbo a los mares de agua dulce y pino piñonero que bañan San Martín de Valdeiglesias. Sólo los milanos señorean sobre este faro de occidente, almenar forjado por la eras geológicas en áspero granito, que guía a los veleros en sus navegaciones por la costa de Madrid.

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Lejos quedan de las Cabreras los caminos de asfalto. Más lejos aún, las horas que copan en verano las playas del mediodía. Lejos es una de las palabras favoritas del excursionista que, conocedor de la tortuosa pista de tierra que rodea por el norte la presa, se llega en coche por ella hasta el puente sobre el Cofio con el lucero del alba para emprender, siguiendo la misma vía, su andanza.

Baja el Cofio crecido de aguas y nieves recogidas sin mácula en la sierra de Malagón, y es su curso díáfano y bullente el primer regalo de la jornada. El caminante, que va ganando cierta altura por la ladera oriental de las Cabreras, contempla cómo el río se encajona en los abismos, fundiéndose poco más allá con el represado Alberche, y piensa en la suerte (mala) de la nutria, también acorralada por el hombre entre la espada de la ciudad y la pared de las montañas. El Cofio es uno de los cuatro cursos aún cristalinos de nuestra región en los que chapotea esta especie menguante.

Enebros y madroños

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Otras rarezas de la naturaleza madrileña van saliendo al paso del excursionista por estas anfractuosidades de las Cabreras, Enebros de soberbio porte descuellan sobre el achaparrado encinar y, lo que es muchísimo más extraño, algún que otro madroño. (Valle del Oso se llama un paraje cercano, como queriendo completar la pareja imposible del escudo de la capital). Pero es el pinar de pino piñonero, introducido hace dos mil años en la península Ibérica, el que gana por goleada a las demás especies vegetales del lugar.Verde radiante y azul marino son los colores del bosque y del embalse -el más extenso de la comunidad, con 1.235 hectáreas de superficie-, panorama que el excursionista codicia completo y sólo obtiene tras abandonar la pista en su máxima cota y ascender a la primera Cabrera (835 metros) por donde Dios le da a entender. Atrochando hacia la cumbre, un alcornoque de savia extremeña le recuerda que la naturaleza se pasa la línea de los mapas por ahí.

Saciados los ojos con tanta luz colorida, el caminante prosigue su andadura por el sendero que recorre buena parte de la cuerda de las Cabreras, y por él, descendiente hacia las praderas que se otean a poniente. La mole picuda de la Cabrera Alta (1.041 metros) guía sus últimos pasos hacia el norte, rodeando por la base los canchales que infunden respeto a manderecha y ganando el collado que precede a la cimera por la vaguada que surca un mínimo arroyuelo.

Encinas, enebros de miera, madroños, arces de Montpellier, cornicabras, aladiernos, torviscos, labiérnagos...,convierten la trepa de la Cabrera Alta en un calvario sólo apto para fanáticos de la botánica. Tan empinada y enmarañada se presenta, que sólo quienes con innumerables fatigas logran encaramarse a este vértice pueden decir que hollaron un trozo intacto del primigenio bosque peninsular. Un bosque. que es zona de especial protección para las aves (ZEPA), para las águilas y los buitres, y que también debiera serlo para esas raras avis que andan con una mochila a cuestas.

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