Tribuna:

Nacionalismos

La gran tarea del Gobierno que salga de las elecciones es integrar plenamente en la política estatal española a los nacionalismos vasco y catalán. Eso es españolismo de verdad, integrar en vez de marginar.Para hacerlo se cuenta con instrumentos y ocasiones de excepción: el Estado de las Autonomías, la satisfacción nunca reconocida, pero indudable, que ello produce en las apetencias nacionalistas, su más que sensata moderación y el hecho de que al frente de los nacionalismos históricos se encuentren personalidades que a su sentido del Estado unen una autoridad carismática que los convierte en i...

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La gran tarea del Gobierno que salga de las elecciones es integrar plenamente en la política estatal española a los nacionalismos vasco y catalán. Eso es españolismo de verdad, integrar en vez de marginar.Para hacerlo se cuenta con instrumentos y ocasiones de excepción: el Estado de las Autonomías, la satisfacción nunca reconocida, pero indudable, que ello produce en las apetencias nacionalistas, su más que sensata moderación y el hecho de que al frente de los nacionalismos históricos se encuentren personalidades que a su sentido del Estado unen una autoridad carismática que los convierte en interlocutores ideales e irrepetibles a la hora de pactar.

Porque, en efecto, la integración de los nacionalismos en la política estatal, que puede y debe dar lugar a pactos de legislatura e incluso Gobiernos de coalición, exige, entre otras negociaciones y pactos, un gran pacto de Estado que dé pleno y previo reconocimiento a la realidad nacionla vasca y catalana. No sería el primer caso de la historia en que, una vez reconocidos los derechos de la Nación particular, los dirigentes nacionalistas fueran los más fieles servidores del interés del Estado global.

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La izquierda ha intentado esta integración cuando la ha necesitado y en bien de todos se han dado pasos importantes en tal sentido, aunque no todos los que hubiera sido deseable. Si a los nacionalistas les ha faltado sentido de la oportunidad para transcender las meras reivindicaciones competenciales cuantitativas, los socialistas han carecido de la imaginación constitucional que las grandes ocasiones históricas requieren. Y la historia exige más que una distribución de carteras ministeriales e incluso que una transferencia competencial. Requiere el reconocimiento pleno de una identidad plena.

Tal vez sea a la derecha a la que la fortuna reserve la ocasión de empresa tan importante, cancelando con ello una tradición centralista que se remonta nada menos que a Cánovas, aunque no, por cierto, más allá. Sería un ocasión excepcional, aunque no una tarea fácil, por una larga serie de malentendidos, desdichadamente incrementados durante los últimos años. Y la derecha puede tenerlo aún más difícil cuanto mayor sea la magnitud de su probable victoria. Con mayorías absolutas se está menos propenso al pacto que cuando éste es necesario, aunque no faltan vocesespecialmente sensatas que consideran conveniente el entendimiento del Partido Popular con los nacionalismos, incluso si su apoyo no le fuera preciso para gobernar.

Ahora bien, el más que posible incremento del voto popular en Cataluña y Euskadi, que algunos anuncian espectacular, puede no favorecer excesivamente este deseable pacto. Si el centro-derecha estatal es en ambas comunidades la fuerza más votada o se acerca a ello, será en gran medida a costa del voto nacionalista, como ya ocurrió con UCD en 1977 y 1979. Como también se vio por aquellas fechas, ello no induce precisamente a los nacionalismos a pactar, al disputarse el mismo espacio político. Pero, además, superar cuantitativamente al PNV o a CiU no supone asumir su legitimidad nacional. También se vio en 1977 y 1979.

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Por último, es preciso evitar que la erosión del voto no netamente nacionalista lo que haga es radicalizar el nacionalismo. Eso conduce a la marginación y no a la integración. El Partido Popular, victorioso ante los nacionalismos, debería no sólo suavizar sus modales, sino desplegar cuanta imaginación política y constitucional esté a su disposición para evitar que los nacionalistas de Cataluña y el País Vasco se sientan hostigados y basculen hacia los sectores más radicales del propio nacionalismo. Un partido con vocación de Estado da primacía al interés del Estado, que es integrador sobre cualquier interés de partido.

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