Tribuna:

El virtuoso

Hay muchas maneras de medir la magnitud del paro. La más directa, dar las cifras de desempleo actuales; otra, hacer una comparación histórica. Entre 1970 y 1992, la economía norteamericana creció alrededor de un 76%, y la de la UE, un 73%. Sin embargo, el empleo en EE UU creció un 45% en el mismo periodo, mientras que en Europa subió tan sólo un 7%. ¿Y España?: creció un 93% (es decir, casi dobló su tamaño), pero en 1992 había un 2% menos de empleo que en 1970. Para que nuestro país tuviera un problema tan crítico como el europeo tendrían que crearse cuatro millones de puestos de trabajo (adem...

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Hay muchas maneras de medir la magnitud del paro. La más directa, dar las cifras de desempleo actuales; otra, hacer una comparación histórica. Entre 1970 y 1992, la economía norteamericana creció alrededor de un 76%, y la de la UE, un 73%. Sin embargo, el empleo en EE UU creció un 45% en el mismo periodo, mientras que en Europa subió tan sólo un 7%. ¿Y España?: creció un 93% (es decir, casi dobló su tamaño), pero en 1992 había un 2% menos de empleo que en 1970. Para que nuestro país tuviera un problema tan crítico como el europeo tendrían que crearse cuatro millones de puestos de trabajo (además de los 12 millones que existen), Hoy trabaja el mismo número de personas que hace 25 años, cuando el país contaba con cinco millones menos de ciudadanos; de cada 100 personas en edad laboral, en España sólo trabajan 45, mientras que en la UE lo hacen 61, en EE UU 70 y en Japón 75.Que para generar empleo es necesario invertir (crear las condiciones necesarias para que haya riesgo) debe ser el frontispicio de todas las reflexiones. Ello no significa que se deban descalificar a priori las iniciativas que se abordan, por difíciles que parezcan. El debate es imprescindible ante la impotencia de la economía clásica para arreglar el paro.

Por ejemplo, sobre el reparto del empleo, que ya es algo que se ha probado de modo sectorial, fundamentalmente entre las mujeres. Suponiendo que bastante gente ya empleada estuviera dispuesta a aceptar las consecuencias de más tiempo libre y menos sueldo (pautas similares a las adoptadas por muchas mujeres en Europa occidental) habría parados que podrían volver a trabajar. Una parte sustancial de la fuerza de trabajo mantendría un empleo convencional, a tiempo completo, pero los ensayos más positivos habidos entre la población femenina podrían extenderse a los varones y así reducir el paro. Keynes consideró ya esta tesis en su Teoría general, arguyendo que "Ilega un punto en que cada individuo sopesa las ventajas de aumentar el tiempo libre frente a aumentar los ingresos. Pero en la actualidad [1936] hay pruebas, creo que patentes, de que la gran mayoría de los individuos preferiría aumentar su salario a aumentar su tiempo libre". Evidentemente, hay gente que cree que, a mitad de los años noventa, con niveles de ingresos reales muy superiores, puede haber llegado el turno a un cierto reparto del trabajo.

Por ejemplo, los intercambios entre trabajo fijo y salarios en algunas empresas catalanas. EL PAÍS publicaba hace poco que en Robert Bosch, empresa de accesorios del automóvil, sindicatos y empresarios habían acordado uno topes máximos de empleo temporal y la transformación de contratos precarios en fijos a cambio de unos salarios más bajos. La información afirmaba que también estaban dispuestos a negociar aspectos como la antigüedad, la movilidad funcional o la distribución de la jornada, con la contrapartida de la contratación fija. Por ejemplo, el pacto social al que se ha llegado en Alemania.

Nadie sabe lo que estas experiencias darán de sí, pero hay que evitar el inmovilismo. El profesor británico Paul Ormerod, en su libro Por una nueva economía (Anagrama), compara a los economistas de piñón fijo con el personaje de una comedia al que denomina el virtuoso: "El virtuoso era un eminente teórico acerca de cualquier cosa que se moviera; por ejemplo, era el mejor nadador teórico del mundo. Pero en realidad no sabía nadar en el agua. Simplemente se tendía sobre una mesa e imitaba a la perfección todo s los movimientos de una rana que colgaba de un cordel frente a él. Aunque, por lo menos, el virtuoso, al observar la rana, tenía el mérito de permitir que la realidad empírica influyera en el hasta cierto punto".

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