Tribuna:

El fuego de San Antón y otros fuegos

Mi viejo y querido colegio de San Antón de la calle de Hortaleza ardió y nadie parece haber derramado una lágrima, ni siquiera furtiva, por tan triste hecho. Es cierto que, salvo la iglesia, los vetustos edificios que ocupan una manzana entera entre Farmacia y Santa Brígida estaban ya muy abandonados y a la espera de alguna buena operación inmobiliaria que nunca llegaba. Puede ser incluso, según algunos comentarios maliciosos, que lo que queda ahora valga más que lo que había antes del fuego.¿A quién podrá importar, entonces, que los decrépitos tabiques y las buhardillas abandonadas del caseró...

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Mi viejo y querido colegio de San Antón de la calle de Hortaleza ardió y nadie parece haber derramado una lágrima, ni siquiera furtiva, por tan triste hecho. Es cierto que, salvo la iglesia, los vetustos edificios que ocupan una manzana entera entre Farmacia y Santa Brígida estaban ya muy abandonados y a la espera de alguna buena operación inmobiliaria que nunca llegaba. Puede ser incluso, según algunos comentarios maliciosos, que lo que queda ahora valga más que lo que había antes del fuego.¿A quién podrá importar, entonces, que los decrépitos tabiques y las buhardillas abandonadas del caserón hayan quedado más o menos chamuscados? Creo que a nadie. Pero permítanme decir que yo no quiero hablar de eso, porque eso a mí tampoco me importa mucho. De lo que quiero hablar es del, digámoslo así, valor sentimental del popular y antiquísimo colegio por el que han pasado miles y miles de alumnos. Valor sentimental, educación sentimental, recuerdos de niñez y juventud, nostalgias, el tiempo perdido. Parece que le estoy dando vueltas a los textos famosos de la literatura universal. Pero, al fin y al cabo, estoy hablando de mi memoria. Para decir que la reacción que ha despertado la destrucción en la hoguera de esas emociones y de esos sentimientos ha sido bastante terrorífica.

Abrió el fuego sobre el fuego en estas páginas, Moncho Alpuente quien, con su habitual ingenio, nos dijo que bien quemado estaba san Antón, que al parecer también formaba parte de su memoria. Pero lo que a mí me ha conmovido, a él le ha despertado el pirómano que llevaba dentro, como yo, ya había supuesto. La providencia, a través de uno de sus inexcrutables caminos, venía a decir, se habría decidido por fin a llevar a cabo las venganzas contenidas de miles de pequeños pirómanos deseosos, en medio de las tribulaciones disciplinarias impuestas por los escolapios, de que algún gran desastre acabara de una vez con Samsón y los filisteos.

Tengo la impresión, sin embargo, de que la reacción de Moncho era más literaria y metafórica que otra cosa. No le veía yo demasiado traumatizado con su pasado escolar ni demasiado contento por las llamas purificadoras. Pero ya se sabe que quien siembra vientos recoge tempestades, y no tardaron éstas en llegar, desatadas por otro alumno de San Antón, dispuesto a echar muchísima más leña al fuego para ver si además de acabar con la techumbre del. colegio, las llamas prendían (sin causar, espero, males mayores) en las sotanas de aquellos malignos escolapios que nos habían tarado para el resto de nuestras vidas. Eso ya era demasiado. ¡Además de pirómanos inquisitoriales! Ante semejante arrebato había que llamar a los bomberos y había que hacerlo: "En nombre de 2.000 lenguas de alumnos de San Antón como le decía yo una vez en la estación de Atocha al padre Tomek, de visita en España como general de los Escolapios, multiplicando ahora las lenguas por 50 o por 60. O hacemos un referéndum como es debido para decidir si había que quemar o no el colegio o dejamos el asunto en manos de los historiadores o de los especuladores del suelo. Moncho Alpuente y el otro compañero que ha escrito a EL PAÍS, son sólo dos y eso es poca cosa para representar una consulta popular. Pero seguro que se me ve venir, seguro que se adivina con tanto preámbulo que voy a hacer campaña por el no. Pues sí. A mí no me parece bien que nos quemen el colegio.

No se lo merecía. Claro que había mil cosas que no nos gustaban... Pero, a pesar de que los gratuitos entraban por Santa Brígida, el colegio de San Antón era un colegio popular; interclasista como decimos ahora (más que El Pilar, caramba, y nadie quiere que lo quemen). Claro que el proyecto pedagógico no era de libro.... pero incluso lo de la disciplina (que tampoco era para tanto) no nos ha venido, creo, mal en los tiempos que hemos tenido que vivir. Naturalmente que había curas que no.. eran perfectos, pero había algunos que eran ejemplares y la mayoría eran desinteresados y generosos... A mí, y no tengo ahora más remedio que personalizar, el colegio de San Antón no me ha dejado traumas, ni malos recuerdos (si alguno malo hubo, que seguro que sí, el tiempo lo ha borrado), ni, desde luego, deseo venganza. Más bien, lo que son las cosas, agradecimiento". Deseo de quemarlo, ni hablar. Entre otras cosas porque yo creo que no hay que quemar nada. Se empieza por el colegio y se termina con la hoguera de los libros de Don Quijote o con cosas peores. Y de olerme algo a chamusquina... eso de la PSV...

Antonio Sáenz de Mera, director de la fundación Universidad Empresa, fue alumno del colegio de San Antón.

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