Editorial:

Mala senda rusa

GANAR, LO que se dice ganar, no ha ganado nadie, dada la extrema división del voto. Pero, si acaso, las elecciones a la Duma rusa celebradas el domingo pasado las han ganado los comunistas. No los ex comunistas reconvertidos del centro y el este de Europa que ganan unas legislativas tras otras después de haber hecho profesión de fe socialdemócrata, sino los comunistas de toda la vida, los que enarbolan a Lenin y apenas disimulan a Stalin. En todo caso, comunistas añorantes del imperio soviético que consideran que renacerá por imperativo histórico. ¿Cambia esto las cosas en la pol...

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GANAR, LO que se dice ganar, no ha ganado nadie, dada la extrema división del voto. Pero, si acaso, las elecciones a la Duma rusa celebradas el domingo pasado las han ganado los comunistas. No los ex comunistas reconvertidos del centro y el este de Europa que ganan unas legislativas tras otras después de haber hecho profesión de fe socialdemócrata, sino los comunistas de toda la vida, los que enarbolan a Lenin y apenas disimulan a Stalin. En todo caso, comunistas añorantes del imperio soviético que consideran que renacerá por imperativo histórico. ¿Cambia esto las cosas en la política rusa? No demasiado.El partido comunista de Guennadi Ziugánov ha ganado con algo más del 20% de los sufragios, seguido muy de lejos, con cifras que oscilan entre el 11% y el 8%; por los ultranacionalistas de Zhirinovski; los centristas del actual jefe de Gobierno, Chernomirdin, y el grupo Yábloko, del liberal-demócrata Yavlinski. En el borde del 5%, cota mínima para entrar en el Parlamento, se bambolean los liberal-reformistas de Gaidar y el difuso movimiento Mujeres de Rusia. La Cámara así resultante no será muy distinta de la actual. Y si nos apuntamos a esa aritmética que tiende a amalgamar comunistas y nacionalistas veremos que el bloque de éstos va a ser sensiblemente igual al de la Cámara saliente.

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El presidente Yeltsin, que se apoya sobre todo en la Constitución fuertemente presidencialista, no va a tener dificultades para mantener el curso de la reforma. Di ciembre no ha sido decisivo, y lo que hacen unos y otros es prepararse para las presidenciales de junio. El presidente tendrá que reconstruir su Gobierno con o sin Chemomirdin, pero es seguro que no cederá un ápice dé poder a la Duma ni a Ziugánov.

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El comunismo ruso en el poder podría frenar el curso de la reforma, pero difícilmente podrá volver atrás e imponer la dictadura del partido único dé la que procede. El sovietismo no volverá, porque sistema de libertades y sovietismo son incompatibles, y la inmensa mayoría de la población no desea esa vuelta atrás y se opondría a la misma. Este voto comunista es una llamada a paliar las penalidades de la marcha hacia adelante, no un clamor a la marcha atrás.

Estas elecciones han sido, en definitiva, una especie de primarias, en las que ha votado. cerca del 65% de los electores, con un alza de más de diez puntos sobre 1993, lo que revela un sano electoralismo. Yeltsin sólo aclarará la situación si tiene salud y fuerza política para afrontar las presidenciales. Tendrá que aliarse con Yablinski, Gaidar y alguno más. En el campo nacionalista estarán Zhirinovski, Ziugánov y el general Lébed, que salió elegido con claridad en las elecciones directas de distrito que cubrían la mitad de los 450 escaños, mientras que la otra mitad se atribuía por listas de partido.

Estas elecciones, en resumen, no cambian gran cosa. Sólo advierten algo que se auguraba. Que Rusia tiene miedo al futuro. Que este miedo se traduce en rechazo a los occidentalismos de una reforma rápida hacia la economía de mercado y que se refuerza la amenaza de una Rusia hostil a Occidente.

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