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Desde la ventana de mi habitación de Beirut, donde nací, podía ver una chumbera que se extendía hasta el pie del gran faro; cuando era niño, creía que éste era un minarete y que seguro que desde él era desde donde cantaba el muecín sus llamamientos a la oración; me los sabía de memoria y a veces le acompañaba a media voz.En mi familia siempre hemos hablado árabe: pero cuando íbamos a la iglesia escuchábamos griego. Mi padre era de rito bizantino, "grecocatólico"; este último término no es más que una traducción convenida; en el Líbano, en lugar de griego se dice roum, es decir, romano, ...

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Desde la ventana de mi habitación de Beirut, donde nací, podía ver una chumbera que se extendía hasta el pie del gran faro; cuando era niño, creía que éste era un minarete y que seguro que desde él era desde donde cantaba el muecín sus llamamientos a la oración; me los sabía de memoria y a veces le acompañaba a media voz.En mi familia siempre hemos hablado árabe: pero cuando íbamos a la iglesia escuchábamos griego. Mi padre era de rito bizantino, "grecocatólico"; este último término no es más que una traducción convenida; en el Líbano, en lugar de griego se dice roum, es decir, romano, porque Bizancio no es más que un ala del territorio de los Césares.

En mis papeles de identidad, redactados en árabe, sigo siendo, por tanto, ciudadano del Imperio Romano. Sin embargo no era allí donde habitaban mis sueños de adolescente sino en frente, en Cartago, la rival destruida, la ciudad de Anibal, mi hermano lejano, hijo de unos emigrantes que una vez partieron de mi tierra natal, el litoral de Fenicia.

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¿De quién era yo heredero? ¿De Roma o de Cartago? Tenía ataduras, en las dos vertientes del Mediterráneo. De un lado, Constantinopla, el esplendor bizantino Y, Roma. Y pronto, cuando el Líbano entrara en guerra, París; su lengua iba a ser la mía, iba a tener otra identidad más, francesa, europea -¿pero no era la princesa Fenicia?-.

Por otro lado estaba Alejandría, la feliz infancia de mi madre, también Cartago, evidentemente, y todo a lo largo de la costa africana el recuerdo de los que llevaron la música de mi lengua desde el, desierto de Arabia hasta las columnas de Hércules, rebautizadas.

Estrecho de Gibraltar: dos universos se separan. O se encuentran. Geografía dubitativa.

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Dos orillas, dos continentes, dos universos, sí y también dos hemisferios de mi alma. ¿Dónde podían unirse si no en Andalucía? Tenía que ser en Granada donde naciera el héroe de mi primera novela. Para mí comenzaba una nueva vida. Es decir, un nuevo periplo por el Mediterráneo.

Amin Maalouf escritor libanés es autor, entre otras obras, de León el africano.

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