Tribuna:

Ruleta rusa

En una cosa tienen razón los nacionalistas que estos días dirigen su mirada hacia Quebec: el argumento de imposibilidad desde el que se rechazaban hasta hace poco las pretensiones secesionistas ha perdido fuerza. Es difícil, pero no imposible, modificar las fronteras estatales o cuestionarlas mediante consultas a la población. Sin embargo, que algo sea teóricamente posible no significa que sea deseable o conveniente; mucho menos, que sea necesario.Arzalluz ha dicho que le gustaría que en Euskadi se celebrase un referéndum como el de Quebec, pero duda de su resultado porque, si bien "en votos l...

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En una cosa tienen razón los nacionalistas que estos días dirigen su mirada hacia Quebec: el argumento de imposibilidad desde el que se rechazaban hasta hace poco las pretensiones secesionistas ha perdido fuerza. Es difícil, pero no imposible, modificar las fronteras estatales o cuestionarlas mediante consultas a la población. Sin embargo, que algo sea teóricamente posible no significa que sea deseable o conveniente; mucho menos, que sea necesario.Arzalluz ha dicho que le gustaría que en Euskadi se celebrase un referéndum como el de Quebec, pero duda de su resultado porque, si bien "en votos los nacionalistas somos mayoría", no es seguro que "todos los que nos votan respondan igual". También ha dicho que ese resultado se vería muy determninado por el predominio dé los medios de comunicación contrarios a la separación".

El conjunto de partidos nacionalistas suele obtener la mayoría, pero no abrumadoramente. En las cuatro últimas elecciones, las formaciones de ese signo han sumado una media del 52,7% de los votos. En cuanto a la actitud de los votantes nacionalistas en un eventual referéndum de autodeterminación, una encuesta de la Universidad del País Vasco realizada en 1990 revelaba que sólo el 261/6 de los votantes del PNV (y el 37% entre los de EA) era resueltamente partidario de la independencia. Ciertos desenfoques de la política vasca proceden justamente de ignorar la distancia entre la mentalidad del militante y la del votante.

La audiencia de los medios a que alude Arzalluz confirma esa distancia. Según el informe del Estudio General de Medios de julio de 1995, los dos periódicos nacionalistas (Deía y Egin) cuentan con un total de 273.000 lectores: menos de la cuarta parte de los 950.000 que suman los dos periódicos no nacionalistas editados en Euskadi (Correo y Diario Vasco). Es un síntoma que trasluce una realidad social más plural de lo que los nacionalistas dan a entender, y de ahí la dificultad, que no desconocen, de articular un consenso sobre objetivos que desborden el marco autonómico.

Los independentistas de Quebec también sabían que una modificación del statu quo requería, para ser viable, una mayoría cualificada, y no simplemente la mitad más uno de los votos. Por eso plantearon la consulta mediante una fórmula suavizada tendente a suscitar una adhesión más amplia que la de los independentistas convencidos: no la independencia, sino la soberanía, y no de inmediato, sino en el caso de fracasar una nueva propuesta de asociación. Pese a ello, ha vencido el no a la separación. Por una escueta diferencia, pero mayor, con todo, de la que en septiembre de 1994 llevó al poder a los nacionalistas convocantes del referéndum (44,7% frente al 44,3% de los liberales federalistas).

Sin embargo, lo que es válido para determinar el signo de un gobierno durante cuatro años no lo es para una decisión como la de la separación, difícilmente reversible. Dado el estrecho margen, conocido de antemano, convocar el referéndum era someter a siete millones de ciudadanos a la incertidumbre de la ruleta rusa. Atribuir la derrota de la opción independentista a la influencia del voto de las minorías aborigen o de más reciente inmigración es, aparte de un contrasentido, olvidar que el 40% de la comunidad francófona ha votado contra la separación.

En Euskadi, cualquiera que fuera la opción ganadora, un referéndum dividiría a la población entre alternativas excluyentes y colocaría en situación de derrotados a, como mínimo, el 40% de la ciudadanía. Y, ya desde ahora, una dinámica orientada hacia ese desenlace minaría la principal base social de la autonomía: esos ciudadanos, que seguramente constituyen la mayoría absoluta de la población, y que, al margen de que voten o no a partidos nacionalistas, no viven su condición de vascos como algo incompatible con la de ciudadanos españoles. No parece muy coherente promover una movilización por el cumplimiento íntegro del Estatuto de Gernika y a la vez cuestionarlo mediante propuestas improvisadas y más bien aventureras.

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