Reportaje:

A Major se le cuelan hasta la cocina

Un periodista se hace pasar por obrero de mantenimiento y burla la seguridad de Downing Street

Todo el mundo pensaba que tras la amable y poco disuasoria presencia de los bobbies que hacen guardia ante la residencia oficial del primer ministro británico, John Major, se escondía un complejo entramado de seguridad. Ya se sabe: cámaras de televisión, alarmas y todo lo procedente tratándose de un domicilio tan selecto. Pues no. Nada más lejos de la realidad, a juzgar por la historia contada ayer desde el diario Daily Mirror por uno de sus reporteros. Justin Dunn, un chico con aspecto de no haber acabado la escuela secundaria, aparecía en una fotografía de primera, página del tabloide...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Todo el mundo pensaba que tras la amable y poco disuasoria presencia de los bobbies que hacen guardia ante la residencia oficial del primer ministro británico, John Major, se escondía un complejo entramado de seguridad. Ya se sabe: cámaras de televisión, alarmas y todo lo procedente tratándose de un domicilio tan selecto. Pues no. Nada más lejos de la realidad, a juzgar por la historia contada ayer desde el diario Daily Mirror por uno de sus reporteros. Justin Dunn, un chico con aspecto de no haber acabado la escuela secundaria, aparecía en una fotografía de primera, página del tabloide ante la puerta de las dependencias privadas de John Major en el interior del número 10 de Downing Street.Para asombro y consternación de los ciudadanos del Reino Unido -todavía no repuestos del oprobio sufrido por su reina a manos de un descarado locutor de radio canadiense-, el mencionado Dunn consiguió entrar sin mayores problemas en casa de Major, en calidad de empleado de una empresa de mantenimiento que tiene una contrata con los edificios del Gobierno. Dunn carecía de pase, pero le bastó rellenar unos impresos e ir acompañado de un obrero de la misma empresa que había sido despedido la semana anterior para pasearse tranquilamente por el interior del edificio durante 18 minutos.

Nadie sabe por qué el pase de seguridad con fotografía incluida que poseía Derek Ricketts, el obrero en cuestión que se prestó a seguir la farsa, seguía en su poder, pese a que había sido despedido. Con tan valioso documento y una monumental cara dura, obrero y reportero se pasearon no sólo por el número 10 de Downing Street, sino por varios edificios del Gobierno británico en la zona de Whitehall, sin ser molestados en ningún momento.

La peripecia de Dunn y Ricketts se llevó a cabo el pasado martes, entre las 6.43 y las 7.31. El primer objetivo de la pareja fue el sólido edificio del Tesoro, en cuya imponente sala de los espejos se dejó fotografiar Dunn para prestar a la historia la veracidad exigida. Más tarde, nuestros hombres se acercaron al despacho del titular del departamento, William Waldegrave, antiguo ministro de Agricultura y Pesca y un objetivo prioritario del movimiento contra la exportación de animales vivos al continente, en su calidad de propietario de una granja que cría terneros.

Más tarde, y tras atravesar las dependencias gubernamentales, Dunn y su acompañante accedieron por fin al domicilio de Major. Una vez allí, y tras rellenar un nuevo formulario en el que dejaron constancia de que su presencia en la residencia tenía como objetivo trasladar de sitio varios archivadores, ambos se montaron en el ascensor y aterrizaron en el tercer piso. Oficinas repletas de ordenadores y cajas sin desembalar, pasillos y dependencias diversas cruzaron ante sus ojos sin que ningún empleado del edificio volviera a chequear su identidad.

Una discreta fuente de Downing Street intentó ayer quitarle hierro al asunto anunciando una inmediata investigación sobre un caso que arroja inquietantes sombras sobre la profesionalidad de las fuerzas de seguridad del país. Hasta ahora había sido únicamente la reina Isabel II la agraciada con la visita de espontáneos ansiosos de escuchar su consejo. Uno de ellos llegó a colarse en el propio dormitorio de su graciosa majestad en Buckingham Palace hace ya algún tiempo. Las medidas de seguridad se reforzaron a raíz del inquietante incidente, pero nadie contó con la osadía de algunos súbditos de Isabel II, y hace apenas dos años otro admirador aterrizó en las dependencias del palacio de la soberana utilizando un parapente como medio de transporte.

El acceso a la calle de Downing Street, en pleno corazón de Londres y a unos pocos metros de la sede del Parlamento de Westminster, está protegida por una alta puerta de hierro de fuertes barrotes. El año pasado, por cierto, ya fue franqueada esa puerta por furiosos manifestantes que, perturbaron la paz del primer ministro para expresar sus iras contra una nueva ley penal, sancionada por el Parlamento. Claro que en aquella ocasión nadie intentó burlar a nadie, porque los manifestantes se acercaron a la residencia oficial pertrechados con larguísimas escaleras.

Archivado En