Tribuna:

Deslizamiento

Verán, corromperse no es como coger el sida: no es un contagio fulminante e irreversible. El proceso se parece más a lenta y callada gestación de un cáncer: primero hay uña sola célula mutante, después un tu morcillo insustancial fácilmente curable, y por último sucumbe el organismo entero. Normalmente nadie viene a ofrecerte una maleta llena de millones para que cometas un delito flagrante, traicionando así una trayectoria hasta entonces purísima; las caídas no son estrepitosas y ni tan siquiera son caídas, sino deslizamientos casi inapreciables, menudos resbalones cuesta abajo. De mod...

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Verán, corromperse no es como coger el sida: no es un contagio fulminante e irreversible. El proceso se parece más a lenta y callada gestación de un cáncer: primero hay uña sola célula mutante, después un tu morcillo insustancial fácilmente curable, y por último sucumbe el organismo entero. Normalmente nadie viene a ofrecerte una maleta llena de millones para que cometas un delito flagrante, traicionando así una trayectoria hasta entonces purísima; las caídas no son estrepitosas y ni tan siquiera son caídas, sino deslizamientos casi inapreciables, menudos resbalones cuesta abajo. De modo que los primeros pasos hacia la corrupción son fáciles, imprecisos y están llenos de justificaciones: "Lo hace todo el mundo, no perjudica a nadie". Esa facilidad, y un ambiente propicio, han logrado corromper a media España.Creo que en todas las épocas existen unos cuantos sinvergüenzas vocacionales: sería el caso, digamos, de Roldán, y de los otros listos de Interior. Y luego hay una gran masa de personas amorfas, ni malvadas de por sí ni suficientemente consistentes, gente débil o confusa que, dependiendo de cómo sople el viento, pueden ser tipos decentes o perderse. Tomemos a Corcuera, por ejemplo: llegó al ministerio, hace siete años, muy ufano de su prestigio de hombre honesto. Tal vez no se hubiera metido en trapicheos de no haber caído en malas (muy malas) compañías: le imagino una vida sencilla como electricista y una vejez satisfecha por lo honrosa. Ahora, en cambio, no sólo es responsable de ese necio y descarado delirio de las joyas, sino de cosas mucho más graves: por ejemplo, de los 12.140 millones de fondos reserva dos que gastó su ministerio en tan sólo tres años. En fin, con esto no quiero justificar a nadie: sólo intento entender cómo hemos podido llegar a esta cochambre.

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