Tribuna:

Ulster, perspectiva o espejismo

La incidencia del modelo irlandés viene de atrás en la historia del nacionalismo vasco. Los jóvenes sabinianos encontraron desde 1816 en la Pascua Sangrienta de Dublín el antídoto contra el autonomismo que entonces presidía la política de la Comunión Nacionalista. La mentalidad católica de fondo, con la consiguiente adhesión a. la idea del martirio, la articulación entre terrorismo y política, la atención prestada a la incidencia sectorial del movimiento, militancia femenina incluida, son otros tantos aspectos en que el nacionalismo independentista irlandés sirvió de maestro a los radicales va...

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La incidencia del modelo irlandés viene de atrás en la historia del nacionalismo vasco. Los jóvenes sabinianos encontraron desde 1816 en la Pascua Sangrienta de Dublín el antídoto contra el autonomismo que entonces presidía la política de la Comunión Nacionalista. La mentalidad católica de fondo, con la consiguiente adhesión a. la idea del martirio, la articulación entre terrorismo y política, la atención prestada a la incidencia sectorial del movimiento, militancia femenina incluida, son otros tantos aspectos en que el nacionalismo independentista irlandés sirvió de maestro a los radicales vascos. Hasta ayer IRA y ETA siguieron vías paralelas. Nada tiene, pues, de extraño que la negociación pacificadora entre John Major y los representantes del IRA haya atraído la atención de los políticos vascos. Para KAS-ETA, porque la solución del Ulster aparece como victoria política de los terroristas: refuerza su concepto de "negociación". Para los nacionalistas demócratas, porque, independientemente del contenido, prueba que la solución policial o militar nunca sirve. De ahí la buena acogida de PNV y EA a las iniciativas del curioso grupo Elkarri para el diálogo sin previa suspensión de acciones de terror por ETA. Parece inminente la apertura de un nuevo episodio de esa ronda, el 1 de septiembre, una vez que Elkarri ha "emplazado" a los partidos vascos a sentarse de nuevo para debatir la aplicación del patrón Ulster a Euskadi.

El obstáculo reside en las profundas diferencias observables entre los dos casos de terrorismo político. En el País Vasco no existen dos comunidades enfrentadas a muerte, católicos proirlandeses contra protestantes ulsterianos, dentro de una misma sociedad. Aquí hay una minoría que ha alzado el hacha de guerra, actuando con rasgos cada vez más inequivocamente fascistas, pero no por eso el resto de la sociedad reniega de su incorporación a la comunidad vasca. Tampoco existe nada parecido a una República de Irlanda que sirva de referente estatal a los republicanos; más bien la presencia de unos territorios vascos franceses debiera constituir un recordatorio útil del principio de realidad frente a los sueños-pesadillas del zazpiak bat. Y, sobre todo, tanto en Euskadi como en Navarra funcionan hoy unas instituciones plenamente democráticas, donde incluso los defensores del terrorismo ven elegidos sus representantes, exponen sus posturas -y en su literalidad las de ETA- en una prensa propia y ejercen el derecho de manifestación hasta el punto de reventar las ajenas. En el caso vasco no hay un ejército de ocupación británico que retirar, aunque, por supuesto, recurriendo al juego reaccionario de las analogías, hasta los ertzainas-zipaios debieran ser extirpados para que la violencia de la minoría pudiese imperar sin límites en sus, distintas variantes.Ésta es la cuestión: en Ulster existía un terreno amplio para la negociación política, con datos y protagonistas del enfrentamiento reales, y se daba una restricción de las libertades en un país militarmente ocupado. En las comunidades autónomas de Euskadi y Navarra, a diferencia del pasado, las instituciones democráticas están ya ahí, así como los agentes y los espacios para la negociación política, sin exclusión alguna. Consecuentemente, es dudosa la eficacia de un circuito paralelo donde se debatan temas -Navarra, la autodeterminación- que conciernen al propio entramado institucional democrático y que éste, como sucede con la autodeterminación por parte del Parlamento vasco, ya ha asumido explícitamente. Por otra parte, el intento visible de Elkarri de hacer efectiva la imagen del contencioso, poniendo el tema vasco en manos' de instancias internacionales, más que una vía de paz, responde a ese mismo objetivo de saltar por encima del cauce democrático vigente. Porque, si éste es marginado, todo dependerá en la "negociación" de las relaciones de fuerza y entonces el terror de ETA abandona la posición de inferioridad en que le sitúan los votos de los ciudadanos.

En suma, la negociación es imprescindible como medio para que el fin de la violencia resulte aceptable para todos, pero en nuestro caso su único contenido puede ser la reintegración de los terroristas a una sociedad democrática, no la sumisión de ésta al imperio de los que buscan las armas.

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