Tribuna:

El parque del peligro

Esto es mucho mejor que Port Aventura, ese macroparque de atracciones que acaban de inaugurar junto a Salou. Allí, por ejemplo, se muerde el vértigo con las subidas y precipicios del Dragón Jan (la montaña rusa del parque catalán tiene nombre chino transcrito en inglés: lo escriben Khan, que a lo mejor es más culto que transcribirlo con la fonética castellana, aunque luego todo el mundo lo pronuncie Kan, que la hache no la decimos, y que es como no se llama el dragón, que se llama Jan, lo malo es que si se escribiese Jan algunos catalanes, que ahora dicen Kan, dirían Yan, que ellos no tienen e...

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Esto es mucho mejor que Port Aventura, ese macroparque de atracciones que acaban de inaugurar junto a Salou. Allí, por ejemplo, se muerde el vértigo con las subidas y precipicios del Dragón Jan (la montaña rusa del parque catalán tiene nombre chino transcrito en inglés: lo escriben Khan, que a lo mejor es más culto que transcribirlo con la fonética castellana, aunque luego todo el mundo lo pronuncie Kan, que la hache no la decimos, y que es como no se llama el dragón, que se llama Jan, lo malo es que si se escribiese Jan algunos catalanes, que ahora dicen Kan, dirían Yan, que ellos no tienen el sonido jota, y como todo esto es un problema lo ponen en inglés, con lo cual nadie llama al dragón como se llama). Aquello, decía, no es nada comparado con esto. El verdadero peligro, la aventura real, está en el parque Juan Carlos I (que tampoco tiene el nombre acertado, con perdón, porque eso fue siempre el Olivar de la Hinojosa, y ahora la gente no sabe ya si se llama el Olivar de la Hinojosa, el Campo de las Naciones, el parque del Rey o el parque del padre del Rey, que tiene allí una efigie; o si cada parte de aquello corresponde a uno de estos nombres, según la zona). El caso es que en este parque, sin montañas rusas ni trenes mineros ni barcas que se precipitan por la catarata, se masca el riesgo a cada paso.Va un paseante tranquilo por el puentecillo sobre el lago artificial y le pasa rozando un ciclista, en plan monocasco y haciendo caballitos, que le silba con el tubular en la oreja cortando el viento. Suerte que en ese momento el peatón no extendió un brazo para señalar a los patos que se posan junto a la orilla, porque se lo habría llevado el ciclista en los dientes cual bocadillo de baguette con vegetales.

Va un ciudadano paseando a su yorkshire terrier y un patinador salta sobre el can en ágil cabriola, lo que aterroriza al perrillo y le advierte enseguida de lo que va a depararle la especie humana (premonición que confirmará poco después, porque el de la bicicleta monocasco volverá pronto sobre él, sin reparar en su derecho a la vida y a las tres salidas diarias). Suerte que el cachorro iba atado y su dueño pudo tirar a tiempo, que si no la cuchilla de ruedas alineadas le habría enviado directamente al veterinario.

Va una pareja distraída por la zona de las cometas y un artilugio hace, ademán de aterrizar en el césped, para revolverse con violencia hacia el cielo, envolviendo en su rizo un huracán que puede derribar del susto a los novios y dejarles en indecorosa posición, una y otra vez. Suerte que un segundo antes los dos se habían empapado los zapatos con el agua rebosante del regadío, y al agacharse para tentar los calcetines evitaron el estrépito del golpe.

Camina un ciudadano con su hijo por entre los árboles y de repente les sorprende un perro suelto, dobermann para más señas, que no sólo pisa al niño sino que olisquea peligrosamente en la entrepierna del padre, que se queda paralizado para no resultar sospechoso. Suerte que el dueño del dobermann había salido indemne a su vez de la persecución de un coche en miniatura y también de los balonazos de unos avezados mediocampistas (es decir, que estaban en el medio del campo), y pudo alcanzar a su perro antes de que cometiera un estropicio.

Los dos ciudadanos, sin embargo, podrán cambiar impresiones unos segundos más tarde sobre lo difícil que es divertir en Madrid al animal de compañía de uno, porque los servicios de seguridad les habían impedido a ambos el día anterior entrar con sus perros en el anunciado espectáculo de luz y sonido. "Perros, no", dicen ahí. Da igual entre un dobermann y un caniche toy, da igual si atados o sin atar. Ahí no pueden entrar los perros, mecachis, con lo que se entretendrían, ellos ante tamaño espectáculo y sin molestar a nadie. Los perros donde deben molestar es afuera.

El sol aplasta las cabezas de la gente y flamea en las ramas desnudas de los árboles, que si lo hubiera visto Manuel Machado le habría hecho un verso heroico. Pero los servicios de seguridad impedirán también -a perros y a dueños- refrescarse de la calorina mojando los pies y las patas en el lago, tal vez porque a lo mejor pisan alguna carpa distraída y sin reflejos.

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O tal vez porque eso no son emociones fuertes y carecen de interés; y porque este parque, en realidad, está hecho para competir con Port Aventura, con su Dragón Jan, o Khan, con la Sala de los Horrores del Museo de Cera de Londres y con el Triángulo de las Bermudas.

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