Tribuna:28 MAYOANÁLISIS

Inexistente campaña autonómica

Al finalizar el mitin de Felipe González en Cáceres, el más redondo de los suyos en la campaña electoral, un candidato socialista extremeño se lamentaba de cómo el conflicto del agua que enfrenta al líder castellano-manchego, José Bono, y al valenciano, Joan Lerma, ha quebrado el discurso de la solidaridad y la cohesión territorial que el PSOE ha tenido como una de sus más preciadas banderas. Una bandera que González esgrimió con éxito en el pasado cuando la derecha sociológica estaba políticamente cuarteada entre el PP y unos partidos regionalistas en auge.Pese a todo, González no ha renuncia...

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Al finalizar el mitin de Felipe González en Cáceres, el más redondo de los suyos en la campaña electoral, un candidato socialista extremeño se lamentaba de cómo el conflicto del agua que enfrenta al líder castellano-manchego, José Bono, y al valenciano, Joan Lerma, ha quebrado el discurso de la solidaridad y la cohesión territorial que el PSOE ha tenido como una de sus más preciadas banderas. Una bandera que González esgrimió con éxito en el pasado cuando la derecha sociológica estaba políticamente cuarteada entre el PP y unos partidos regionalistas en auge.Pese a todo, González no ha renunciado del todo a ese discurso en esta campaña. Pero su éxito y sus posibilidades han sido variables. En una Extremadura que ha subido su renta per cápita y ha mejorado espectacularmente sus equipamientos durante la etapa socialista, la exaltación que hace González del papel redistribuidor del Estado de las autonomías levanta oleadas de entusiasmo. No sucede lo mismo en la Comunidad Valenciana o en Asturias. En estas comunidades González se ve obligado a realizar un discurso más genérico, sobre el respeto a la pluralidad y la garantía de solidaridad que ofrece el modelo de Estado de las autonomías gobernado por los socialistas.

Y lo hace más como gobernante que como secretario general del PSOE. En este último papel se encuentra amarrado y no puede poner el énfasis de antaño en la función vertebradora del PSOE en el territorio. Corre el riesgo de que le recuerden que Bono está haciendo de la defensa del agua en su territorio uno de los ejes centrales de su campaña en Castilla La-Mancha o que Lerma ha reaccionado declarándose nacionalista valenciano.

Tampoco le ayuda a González, como imagen, en unas elecciones como éstas, de carácter municipal y autonómico, el pacto a escala nacional con un partido nacionalista como Convergència i Unió (CiU). González ha evitado olímpicamente cualquier referencia a ello. Los partidos nacionalistas catalán y vasco no existen en la campaña de González.

Pero tampoco han existido en la campaña de José María Aznar hasta que llegó a Barcelona. El líder del PP se había prometido no engancharse con cuestiones conflictivas, y si en alguna piedra política puede tropezar, y con estrépito, es en la nacionalista.

Es más. Arrancó, antes de la campana y en un, comunidad emblemática como es Navarra, con la proclama de no esgrimir el gran nacionalismo español frente a los nacionalismos catalán y vasco. En Barcelona dio un paso más y defendió un "catalanismo compatible con la historia común de España" después de citar a Cambó y Tarradellas. Como proclama de buena voluntad, no está mal, pero habrá que ver en qué se traduce, a la hora de la verdad, en la política lingüística o cuando llegue el momento, ya cercano, de completar los estatutos de Sau y Gernika.

A estas alturas, no hay duda de que Aznar ha asumido el modeló de Estado de las autonomías, aunque, como le recordó Alfonso Guerra la semana pasada, lo denostara en 1979. La mejor prueba de la asunción del modelo autonómico por Aznar es que en febrero de 1992 firmó con González los pactos autonómicos, que han permitido una profundización de las autonomías, con la ampliación del techo a las comunidades de vía lenta.

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A socialistas y populares ya no les separa la aceptación del Estado de las autonomías como sucedía con la antigua AP. El modelo está pactado y las diferencias están en los ritmos, en los contenidos y, sobre todo, en el talante.

Pero el trato con los nacionalistas es la gran cuestión pendiente del PP. El centro-derecha español ha tropezado históricamente con los nacionalismos catalán y vasco. Es la piedra de toque para el PP en la cuestión nacional y puede ser su talón de Aquiles.

Pero esta campaña no ha despejado dudas. La campaña de Aznar ha estado trufada de proclamas inconcretas, como la profundización de la reforma del mercado laboral, lanzada con un destinatario, Jordi Pujol, que ahí mantiene un contencioso con González. El único compromiso, también un tanto genérico, es la puesta en marcha en una legislatura de la Administración única, definida por los populares como una racionalización de la Administración. Hasta qué punto su proclama de entendimiento con el nacionalismo es sincera y no un guiño electoralista hacia los votantes de CiU no tardará en comprobarse.

El problema de esta campaña es que tanto Aznar como González han eludido el debate autonómico de fondo en cuestiones tan decisivas e inmediatas como la financiación de comunidades y ayuntamientos o el grave déficit que sacude a las instituciones que el día 28 se renuevan. En los temas candentes bien puede decirse que la campaña autonómica nunca existió.

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