FIESTAS DE SAN ISIDRO

El santo desciende sobre la multitud

El auditorio del parque Tierno Galván se llena a rebosar de cinco artistas

El cielo de Madrid mostró su azul más bello el jueves a las diez y veinte cuando una mujer rubia, Mercedes Ferrer, saltó al auditorio del parque Enrique Tierno Galván. La gente -jóvenes enfundados en vaqueros, camisas de cuadros o bodies ajustados... con su correspondiente mini de cerveza por grupo- llegaba a riadas. Ya se habían perdido a la primera del cartel, Inma Serrano."Esto está lleno como ningún día", reconocía Nieves, una mujer madura que se entregaba a la tarea de embuchar patatas fritas e...

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El auditorio del parque Tierno Galván se llena a rebosar de cinco artistas

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El cielo de Madrid mostró su azul más bello el jueves a las diez y veinte cuando una mujer rubia, Mercedes Ferrer, saltó al auditorio del parque Enrique Tierno Galván. La gente -jóvenes enfundados en vaqueros, camisas de cuadros o bodies ajustados... con su correspondiente mini de cerveza por grupo- llegaba a riadas. Ya se habían perdido a la primera del cartel, Inma Serrano."Esto está lleno como ningún día", reconocía Nieves, una mujer madura que se entregaba a la tarea de embuchar patatas fritas en bolsas de plástico. Nieves, al amparo de las miradas de los policías municipales, vendía latas de cervezas a 200 pesetas y a dos pasos de donde sonaba la música. Madrid, industrial, un conjunto de puntos luminosos color naranja y blancos, quedaba cada vez más lejos.

Helena -"sí, Helena con hache", dijo-, una muchacha de 15 años, larguirucha, de algún instituto del centro, jugaba con su pelo lacio, castaño, sentada en un rincón mientras la rockera Ferrer era un puente entre el cielo y el auditorio lleno hasta la bandera.

. "He venido porque están todos mis amigos aquí", decía Helena. Pronto, dos soldados veinteañeros escoltaron a las tres amigas: a Helena con hache, a Elena sin hache -cobijada entre los brazos de la primera' y a Amaya. Manolo era todo un mocetón de 19 años, un soldado profesional. Raúl, más delgado, su compañero en el cuartel de caballería de Villaviciosa. "Si el de arriba nos ayuda, nos presentaremos a sargentos", dijeron con los ojos ya enredados con los de las tres muchachas.

Mercedes Ferrer exclamó: "Venga, que de esta canción no pienso cantar ni palabra...". No lo consiguió. Sin embargo, los vascos Duncan Dhu se ahorraron la letra de Ojos negros. La noche ya había descendido sobre el auditorio cuando Los Rodríguez reivindicaron el porro, al ex alcalde Tierno Galván, y además dedicaron la faena a la difunta Lola Flores.

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En el parque había, sobre. todo, muchos y hacían de todo: la brisa sorprendía a los hombres orinando en los matorrales, a las parejas sobándose sobre el césped, a un monopatín solitario sobre la senda de las bicicletas y a cuatro o cinco niños jugando a rayuela. Los perros olisqueaban el beicon de las planchas de los bares.

Seis canciones -dos más de propina- duraron Los Rodríguez, y encima de la loma, mientras sonaba La milonga del marinero y el capitán -un dulce paseo portuario-, una pareja danzaba. Él, inglés, Bob, gordito y con gafas; ella, delgada y amable, Otilia. Habían llegado. desde el barrio de Salamanca. Era su primera vez en el parque.

Y el final de la canción les sorprendió en un abrazo franco bajo las estrellas.

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