Tumbas anónimas para los amotinados de la cárcel de Argel

Las madres de los islamistas muertos hace dos meses en Serkayi continúan buscando los cuerpos de sus hijos

, "Por amor de Dios, ayúdeme a encontrar su cuerpo". Desde hace dos meses, una mujer busca desesperadamente entre los vericuetos de la Administración de Argel la tumba de su hijo. Sólo sabe que murió en el motín de la prisión de Serkayi, en la alcazaba de la capital, en una fecha indeterminada entre el 20 y el 22 de febrero, en el transcurso de unos incidentes aún no clarificados, en el que perecieron 104 reclusos más, la mayoría de ellos también militantes radicales islamistas.El otro día finalizó por fin su peregrinaje. La meta fue un rincón solitario del cementerio nacional de El Alia, cerc...

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, "Por amor de Dios, ayúdeme a encontrar su cuerpo". Desde hace dos meses, una mujer busca desesperadamente entre los vericuetos de la Administración de Argel la tumba de su hijo. Sólo sabe que murió en el motín de la prisión de Serkayi, en la alcazaba de la capital, en una fecha indeterminada entre el 20 y el 22 de febrero, en el transcurso de unos incidentes aún no clarificados, en el que perecieron 104 reclusos más, la mayoría de ellos también militantes radicales islamistas.El otro día finalizó por fin su peregrinaje. La meta fue un rincón solitario del cementerio nacional de El Alia, cerca de la última tapia, muy lejos de las tumbas de mármol blanco donde reposan los restos de los grandes padres de su patria: Argelia.

Llegó a última hora de la mañana, después de un largo viaje en medio del calor insoportable de un autobús repleto de viajeros, en el mismo momento en el que irrumpía en el camposanto un cortejo de taxis y camionetas que acompañaban el féretro de un desconocido.

"¿Quién es éste?", preguntó curiosa.

"Es alguien que murió en las montañas, en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad", contestó uno de los sepultureros, mientras la guiaba entre un mar de túmulos de tierra, piedras y barro, para acabar deteniéndose frente a uno de aquellos montones e indicarle con toda precisión que ésa era la tumba de su hijo.

La mujer se quedó primero de pie, con las manos juntas, las palmas abiertas, encaradas a la altura del rostro, rezando la fatiha, la oración de los muertos. Pero acabó después de rodillas, y por último, de bruces, con el rostro acariciando la tierra, llorando, ante una tumba de alguien que seguramente no es su hijo.

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"No es un caso aislado. Otras 71 madres de presos de Serkayi se han visto obligadas a hacer el mismo recorrido ante la Administración para tratar de averiguar dónde están enterrados sus hijos. Se les ha acabado asignando una tumba cualquiera, en un intento de tranquilizarlas y acabar con su dolor, pero, asimismo, para apagar los escándalos en la prensa o las protestas ante los organismos humanitarios internacionales", asegura el abogado Mohamed Tahri.

En el despacho de este abogado de Argel han empezado a confluir las denuncias de los familiares de los presos de Serkayi, en las que se reclaman las inhumaciones de las sepulturas y el reconocimiento de los cadáveres o de los restos, para conocer la identidad de los enterrados y averiguar cómo fueron abatidos por las fuerzas de seguridad en el asalto del centro penitenciario,

"Lo más seguro es que sus cuerpos quedaran destrozados, irreconocibles, como consecuencia de los artefactos y explosivos utilizados. Pero esto es sólo una hipótesis, ya que por el momento no hemos recibido el permiso para efectuar ninguna de las inhumaciones solicitadas", recalca el letrado.

La contabilidad macabra del motín de Serkayi aún está por hacer. Las listas son provisionales y, a falta de verificación oficial, se asegura que el número de presos muertos no superó nunca los 105. Entre las víctimas se encuentran 23 condenados a muerte, 17 a cadena perpetua, 53 preventivos y pendientes de juicio y otro s 12 en situaciones varias no definidas. Sólo 33 de estos cuerpos han podido ser identificados.

El cadáver del dirigente islámico Ijlef Cherrati, imam en una de las mezquitas del suburbio capitalino de La Montaña, fue uno de los cuerpos identificados. Lo reconocieron sus sepultureros. Cherrati tenía en la cabeza un disparo certero, presumiblemente efectuado por un tirador de élite en los primeros momentos del motín.

La tumba de este imam, fundador del partido integrista Frente Islámico de Salvación (FIS), son dos sencillas tablas de madera de color marrón, una de ellas corresponde a la puerta de un pequeño cajón, en las que alguien ha escrito con pintura roja un nombre: Ijlef Cherrati.

Algunos de los detalles relacionados con el motín de Serkayi y con el entierro de sus víctimas se los llevaron en sus carteras los observadores de Amnistía Internacional, Peter Kandela y Donatella Rovera, hace pocas semanas cuando finalizaron su visita de inspección a Argelia.

Serkayi es un inmenso pozo. Nadie sabe nada. La comisión de investigación oficial nombrada por el Gobierno no ha hecho aún públicos sus resultados, tampoco lo han hecho los abogados defensores de los presos, quienes iniciaron en solitario sus propias pesquisas. Se asegura, sin embargo, que entre los testimonios recogidos por los letrados se encuentran las de dos reclusos excepcionales: Abdelkader Hachani, líder del FIS, y Abdelhak Layada, dirigente del Grupo Islámico Armado (GIA), quienes se convirtieron en mediadores entre los amotinados y las autoridades al principio de la revuelta.

"Lo que pasó en Serkayi es un precedente muy grave que quedará para siempre jamás como una ofensa a la historia del país. Y no veo otra salida para borrar la mala imagen que esclarecer ante la opinión pública lo que verdaderamente pasó", aseguraba el jeque islamista Hachani en una carta que desde la prisión ha dirigido al presidente Liamin Zerual. Una carta que jamás ha tenido contestación.

Las tumbas de los amotinados de Serkayi permanecen selladas. Las madres de los reclusos velan, en espera de que algún día la historia les permita conocer quienes son sus verdaderos muertos.

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