Tribuna:

El poder irrevocable

Para entendemos, podemos decir que democracia es un sistema político en el que, los gobernantes son designados por los gobernados. Estos, se dice, confieren poder de gobierno. Como la realidad es dura y fuerza a la imperfección, ese poder no es revocable en cualquier momento, sino por sus trámites y pasos y periodos contados, la tarea de gobierno es ardua y compleja, y si queremos que se desempeñe bien, hay que darles a los gobernantes alguna perspectiva temporal: de momento, el mandato es por cuatro años, y ya veremos después, lo que supone mucho riesgo para los soberanos, que están atados de...

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Para entendemos, podemos decir que democracia es un sistema político en el que, los gobernantes son designados por los gobernados. Estos, se dice, confieren poder de gobierno. Como la realidad es dura y fuerza a la imperfección, ese poder no es revocable en cualquier momento, sino por sus trámites y pasos y periodos contados, la tarea de gobierno es ardua y compleja, y si queremos que se desempeñe bien, hay que darles a los gobernantes alguna perspectiva temporal: de momento, el mandato es por cuatro años, y ya veremos después, lo que supone mucho riesgo para los soberanos, que están atados de pies y manos durante el periodo.En los sistemas democráticos parlamentarios suele haber inecanismos que permiten acortar el periodo cuando los mandatarios, o el jefe designado por éstos, pierden la confianza de los mandantes; en el nuestro, creado en la obsesión por la estabilidad, esa posibilidad también existe, pero confiada al buen criterio del jefe designado por los mandatarios, que, enviándolos a su casa, es capaz de poner el, asunto en manos de los mandantes, o sea, disolver las Cáni aras y convocar elecciones. Aunque el jefe designado por los mandatarios (diputados) es un sujeto muy poderoso, tiene limitaciones apreciables: ha de cumplir las leyes, todas las , leyes, no puede hacer lo que le venga en gana, aunque disponga de una abrumadora legitimidad democrática. Pero no sólo eso, y precisamente porque el pueblo ha puesto en sus manos mucho poder: por ejemplo, el de administrar unos treinta billones de pesetas al año, que los mandantes se sacan de sus bolsillos y que ponen anualmente en sus manos; el de reprimir a los mandantes que a su vez se desmanden, mediante la policía; el de utilizar la fuerza armada, que se coloca bajo su decisión; el de asegurar el presente y el futuro de muchos ciudadanos que no se bastan a sí mismos. El buen jefe demócrata ha de hacer algo más que respetar las leyes, tiene que mantener de manera sólida la confianza de los mandantes, demostrando en su actuación que, a juicio de éstos, la merece, y se comprende que los poderdantes puedan perder la confianza por cualquier minucia, 30 billones y mucho poder es como para estar atentos a los signos de la conducta del jefe, por muy

ajustada a derecho y presuntamente inocente que sea. Y ésa es la esencia de la democracia: el mandante tiene derecho a cansarse, pierde la confianza cuando le parece.

Y aquí es donde opera el sentido de la democracia: la estabilidad es un bien, y si no hay estabilidad no hay buen gobierno; pero la confianza mantenida es necesaria, y si no hay confianza no hay un buen gobierno. Ya sabemos que el pueblo puede ser veleidoso, y la gente que hoy se escandaliza, mañana puede cubrir de laurel al escandalizador; pero hay que saber escudriñar y penetrar en el sentir profundo y mantenido de los ciudadanos, y no hay recetas para esta conducta hondamente democrática: la estabilidad garantizada por las leyes y el cumplimiento de su letra puede asegurar un mal gobierno, un gobierno perjudicial, si la confianza se ha perdido.

La confianza es especialmente necesaria en un país de economía libre y abierta, donde los sujetos se pasan los días mirando las entrañas del poder, porque de lo que aprecian depende la perspectiva temporal de su seguridad, su estabilidad personal como ciudadanos. Y puede suceder que cuanta más estabilidad jurídico-política, más inquietud. Saber valorar esta situación y actuar en consonancia es una gran virtud democrática. El empecinamiento jurídicamente apalancado puede ser muestra de admirable firmeza; y, también, causa de desarreglo político, y, en concreto, democrático.. Y por eso el sistema ha establecido vías, parlamentarias o no, para que el buen político demócrata pueda actuar de acuerdo con el sentir de los mandantes, o sea, el pueblo. En un sistema parlamentario, el jefe no ha sido elegido directamente por el pueblo; pero tiene que saber oír, percibir las corrientes profundas; la facultad de presentar una cuestión de confianza, y, en último extremo, disolver las Cámaras, no son privilegios para la ventaja política del jefe, sino medios para asegurar. el buen

funcionamiento democrático del sistema.

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