Editorial:

Xenofobia criminal

CUALQUIER ESPASMO racista en las tierras germánicas está llamado a provocar una emoción particular en la conciencia europea. Así, los atentados, principalmente antiturcos, de estos últimos años en Alemania y los dos ataques perpetrados en, las últimas 72 horas en Austria causan un respingo moral. Si a eso añadimos que en el país centroeuropeo medra el partido ultraderechista de mayor éxito electoral de todo Occidente, la presunta formación liberal de: Jorg Haider, un cierto escenario del pasado se evoca consciente entre nosotros.Los atentados de los últimos días estaban, aparentemente, ...

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CUALQUIER ESPASMO racista en las tierras germánicas está llamado a provocar una emoción particular en la conciencia europea. Así, los atentados, principalmente antiturcos, de estos últimos años en Alemania y los dos ataques perpetrados en, las últimas 72 horas en Austria causan un respingo moral. Si a eso añadimos que en el país centroeuropeo medra el partido ultraderechista de mayor éxito electoral de todo Occidente, la presunta formación liberal de: Jorg Haider, un cierto escenario del pasado se evoca consciente entre nosotros.Los atentados de los últimos días estaban, aparentemente, dirigidos contra la minoría croata y de la población gitana del país. Hace unos año-,;¡, crímenes tan execrables habrían resultado, sin embargo, mucho más anónimos, puesto que el trasiego de poblaciones que vuelve a conocer Europa a los 50 años del gran éxodo de la II Guerra Mundial da hoy una coloración groseramente racista a los mismos. No estamos, por tanto, ante un suceso grave por lo sangriento, sino ante algo peor, un deliberado atentado a la convivencia entre razas y culturas en el solar europeo.

Y lo que resulta más preocupante es que hechos similares ocurridos en Austria en años anteriores siguen mansamente sin resolverse. Voces hay que acusan a la policía de mostrar el menor de los celos en hallar a los culpables porque un tercio de sus miembros votan -se dice- al partido de Haider, oficialmente cuidadoso en el respeto a las formalidades democráticas, pero que propugna la xenofobia y la expulsión de las minorías alógenas del país.

La situación es de tal gravedad como para que el canciller Vranitzky, socialdemócrata, haya tenido que intervenir para asegurar que se pondrán todos los medios a contribución para castigar a los culpables. La medida de la democracia de un país se halla hoy, posiblemente, no tanto en la pureza de los sentimientos antirracistas de la opinión, puesto que las circunstancias históricas serán decisivas para una u otra textura de los mismos, sino en la decisión de las autoridades por erradicar esa plaga contra la esencia misma de la construcción europea. Viena tiene la palabra.

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