Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA

De las copas y las letras

Desde hace unos meses, siempre que estoy en Madrid, mi residencia usual, acudo convidado a las tertulias de la librería Crisol, que suelen celebrarse en el mediodía dominical. Quienes miramos por encima del hombro a los paisanos, o sea, los que no tenemos automóvil, vamos tomando conciencia de que un día a la semana la ciudad nos pertenece, y eso puede aventurarse cuando la sentimos bajo la suela de los zapatos. La villa entera para disfrutarla, volver una y otra vez a los museos con el pase de favor de la tercera edad; nos hace sentir privilegiadamente viejos, y el que no lo vea así, peor par...

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Desde hace unos meses, siempre que estoy en Madrid, mi residencia usual, acudo convidado a las tertulias de la librería Crisol, que suelen celebrarse en el mediodía dominical. Quienes miramos por encima del hombro a los paisanos, o sea, los que no tenemos automóvil, vamos tomando conciencia de que un día a la semana la ciudad nos pertenece, y eso puede aventurarse cuando la sentimos bajo la suela de los zapatos. La villa entera para disfrutarla, volver una y otra vez a los museos con el pase de favor de la tercera edad; nos hace sentir privilegiadamente viejos, y el que no lo vea así, peor para él.Además de la oferta genérica, desde la opulencia vegetal del Jardín Botánico hasta las callejuelas acechantes, entre palacios, iglesias y figones que vierten en el Palacio Real y la desdeñada grandeza del viaducto, hay que descubrir algunos recintos domingueros donde escuchar el arpa, los violines, el recital barroco en una fundación que justifica y depura sus fundamentos. Estas mañanitas de invierno en las que, si no llega airado y buido el viento de la sierra, entibia el sol las esquinas y se peina entre las ramas semidesnudas de las acacias, el plátano y el castaño de Indias.

Acierto y regalo el de esta conjugación y cenáculo matutino que, en el meollo físico de una tienda de libros, abre espacio para reunir un grupo, cada vez más nutrido, de curiosos ante los que disertan, platican, discuten y dialogan cuatro, seis prójimos heterogéneos y distintos, hilvanados con un pretexto donde caben todas las disidencias y especulaciones. Soy consciente de tirar piedras contra el tejado de mi conveniencia e inclinación hacia las prerrogativas: el que no espabila se queda de pie, pues el recinto resulta chico y grande la expectación. Secretamente deseo que no se amplíe, pues el encanto reside también en el actual recato, incompatible con los excesivos aforos. Suele ser pretexto inicial la presentación de un libro nuevo y la asistencia del autor -aunque cónclave hubo sobre la herencia helena-, flanqueado por colegas, competidores, y a veces, sin embargo, amigos. Tenidas objetivas por la variedad de temas, escritores y casas editoras.

Claro que es una treta sutil para rescatar el amenazado hábito de la lectura. Tras el acto, que suele atropellar la hora del almuerzo, la tergiversación de un trago de cava tanto para los actores como para el cónclave auditor y el desprevenido público que repasa los anaqueles, maravillado de la sorprendente comunión de las copas y las letras.

Se perdía la vieja costumbre de las reclamaciones literarias, confinadas en el rataplán publicitario de las grandes factorías de libros, que anuncian "la firma" del autor de moda en los grandes almacenes. "Por atún y a ver al duque"; de rebajas y quizás adquirir un libro. Que no desaparezca, empero, esta o cualquier otra forma de incitar al semianalfabeto hispano a la compra de un libro, de cualquier libro; la cosa es empezar.

Excelente idea la de Crisol que rescata y remueve la creciente pereza de escuchar e incluso indagar sobre temas de perdurable interés. Hace 40 años -siempre los viejos mirando hacia atrás con nostalgia-, los artistas del pincel y la palabra poco provecho sacaban de su obra, pero gozaban de la gloria en los banquetes y homenajes que les propinaban, donde escuchar elogios, en ocasiones sinceros.

La asiduidad a esta convocatoria me permite distinguir entre este reclamo con espumoso catalán del vernissage donde ojeaban los canapés y la croqueta sin distancia para apreciar los cuadros colgantes. Se extingue la oferta de entremeses, que coincide con el decaimiento de las galerías plásticas, esperemos que transitorio.

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He dado el nombre de la librería, pero no cuál de ellas. Por favor, nada de grupos ni amontonamientos; el riesgo está al llegar: han habilitado otro espacio para seguir los debates por circuito cerrado de televisión. Quizás al sistema vigente de invitaciones personales siga el merecido cobro de la entrada; el hombre blanco no cesa de inventar.

Eugenio Suárez es escritor.

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