Editorial:

Pasar la Mancha

EL EUROTÚNEL, la comunicación terrestre entre Europa continental y las islas Británicas, se va llenando paulatinamente de contenido. En junio comenzaron a cruzar el canal vagones de mercancías; en julio, los camiones, y desde el lunes pasado, trenes de pasajeros. El eurostar, el convoy ferroviario que por el momento emerge dos veces al día como un topo velocísimo a ambos lados del canal, es ya una realidad.La tentación de valorar el carácter simbólico de esta nueva conexión terrestre entre el más díscolo de los socios comunitarios y el resto de sus allegados está, sin duda, justificada....

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EL EUROTÚNEL, la comunicación terrestre entre Europa continental y las islas Británicas, se va llenando paulatinamente de contenido. En junio comenzaron a cruzar el canal vagones de mercancías; en julio, los camiones, y desde el lunes pasado, trenes de pasajeros. El eurostar, el convoy ferroviario que por el momento emerge dos veces al día como un topo velocísimo a ambos lados del canal, es ya una realidad.La tentación de valorar el carácter simbólico de esta nueva conexión terrestre entre el más díscolo de los socios comunitarios y el resto de sus allegados está, sin duda, justificada. Londres se halla a partir de ahora a algo menos de tres horas de tren de París, lo que se compara favorablemente con el trayecto en transbordador, y no desfavorablemente con el avión, que pierde en aeropuertos lo que gana en vuelo; están los británicos, por tanto, unidos por primera vez y en el menor tiempo posible a la tierra firme europea. Pero con todo y ello, hay un hecho más material aunque hace Europa mejor que cualquier otro florón simbólico.

La guerra de precios se ha desatado ya. Las compañías aéreas, en pleno fenómeno desregulador, así como la vía navegable, tienen ahora que hacer frente a una nueva competencia en tiempo, comodidad y precio. Es cierto que esa única doble frecuencia de la travesía de la Mancha en tren habrá de ser ampliada para alcanzar todo su impacto en comparación a los 15 o más vuelos diarios entre las dos capitales. Pero las perspectivas son francamente buenas. Y esa competencia de los precios es la mejor forma de anudar los intereses europeos, de convertir el desplazamiento de un país a otro en la más baladí y menos costosa de las operaciones.

El transporte terrestre, sea en tren o automóvil, retiene, aun en la época del chip, un encanto antropomórfico muy especial. No hay que cambiar de naturaleza, no hace falta atravesar un medio diferente, como es el mar; ni encaramarse a ninguna nube para que la Gran Bretaña se halle en la más perfecta continuidad de la pisada humana. Y ése, en definitiva, es el mejor simbolismo. Que todos los medios de locomoción tengan que disputarse nuestros pasos.

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